27 de enero de 2010

Viernes 16 de junio de 2007, 10:13h

Además de idiota, podeis llamarme iluso. Ayer por la tarde, cuando llevaba un par de horas dando vueltas por el barrio, me crucé por segunda vez con una de las patrullas ciudadanas, o mejor dicho, ellos se cruzaron conmigo. Casualmente estaba frente a un parque infantil, donde los niños jugaban ajenos a todo, vigilando los alrededores. Tan concentrado estaba en la búsqueda de algo sospechoso que ni me dí cuenta de que se me acercaba una turba de vecinos cabreados. Por suerte uno de ellos gritó algo antes de que llegaran junto a mí y salí del trance. Me volví y los ví avanzando hacia mí a unos treinta metros, uno de ellos, un tipo enorme que se había adelantado al grupo, blandía un bate de béisbol que casi parecía una ramita en sus manazas.

Observé su airado rostro y luego los de los vecinos que se acercaban a grandes zancadas detrás de él. Algunos empezaron a correr en mi dirección en cuanto vieron que me volvía hacia ellos. No había posibilidad de diálogo, lo veía en sus ojos. Buscaban un culpable y ése iba a ser yo. No les importaba en absoluto que no lo fuera, ni se les pasaba por la cabeza mi posible inocencia. Así que me dí la vuelta y salí por patas. Y entonces se alzó un coro de gritos furiosos y se lanzaron a la carrera tras mis pasos.
Mientras corría iba echando miradas hacia atrás, y ví como más gente se iba sumando a mis perseguidores. De repente algo cayó junto a mí y se rompió en añicos. Algo que parecía porcelana. Alcé la vista y ví como gente desde las ventanas me lanzaban cosas mientras gritaban. Aceleré el paso distanciándome aún más del grupo principal y doblé una esquina con la esperanza de alejarme lo suficiente como para despistarlos. Corrí en línea recta hacia la siguiente esquina dispuesto a cambiar de nuevo mi rumbo, pero cuando llegué otra patrulla hizo su aparición al final de la calle y momentos después la turba volvió a aparecer detrás mío. Me detuve unos segundos para estudiar la situación y tomar algo de aire. La turba que me perseguía, la cual había crecido considerablemente, se dividió en tres grupos, el mayor de los cuales siguió avanzando hacia mí ocupando todo el ancho de la calle. Los otros dos supuse que tenían intención de dirigirse a los cruces más próximos para rodearme.
-Sal de ahí. ¡Ya! –gritó Carmen repentinamente. Y como si me hubieran espoleado doblé la esquina y empecé a correr como nunca había corrido. A pesar de mis poderes estaba acojonado. Aquello me recordaba tanto a las viejas películas de zombis de Romero... Eran más lentos, pero eran más, muchos más, y si te acorralaban estabas listo.
Crucé la siguiente travesía como una exhalación, esquivando un par de coches y dejando cada vez más lejos a mis queridos y amigables vecinos, y volví a torcer en la siguiente esquina, y luego en otra más. Y hasta que perdí la cuenta y dejé de escuchar sus gritos no me detuve. No sabía donde estaba y las piernas me ardían y me costaba respirar. Me apoyé en la pared y esperé a recuperar el aliento.

Un par de minutos después llamé a Carmen: -¿Estás ahí?
-Sí, Dani, aquí estoy –respondió ella al instante.
-¿Siguen persiguiéndome?
-No, hace ya un buen rato que se han cansado. La mayoría han vuelto a sus casas.
-Bueno, creo que ha quedado demostrado que no puedo hacer ésto solo. Voy a necesitar a Xavier.
-Sí, y un buen cambio de look –dijo Carmen con sorna -. Si no quieres que mañana vuelvan a perseguirte, claro. Espero que no le hayas cogido el gusto.
-Muy graciosa.
-Creo que has pulverizado varios récords esta tarde –añadió segundos después, riéndose.
-Entre ellos el del más capullo –dije, y solté una carcajada.

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