21 de enero de 2008

Martes 12 de junio de 2007, 14:23h

Domingo finalmente reuní el valor para llamar a Sara. Llevaba desde el viernes dándole vueltas a nuestra última conversación: me sentía fatal por como la había tratado. Por suerte no estaba enfadada, y le pareció buena idea quedar para pasar la tarde juntos.
Los nervios me habían acompañado toda la mañana, desde el mismo instante en que su voz respondió al otro lado de la línea. Y cuando horas más tarde la ví aparecer por el paseo, caminando hacia mí con una sonrisa radiante en el rostro, algo se rompió en mi interior . Y comprendí. Sara era la mujer de mi vida, me dije. Y yo era el egoísta, gilipollas e inmaduro que no la merecía.
Llegó hasta dónde yo estaba y nos abrazamos y besamos como si fuera la primera vez. Cuando quiso apartarse para decir algo no la dejé, la mantuve pegada a mí rodeándola con los brazos y me sorprendí llorando como un niño, empapándole el cuello de la camisa.
-¿Tanto me has echado de menos? –dijo sonriendo cuando por fin la solté, acercándome un kleenex –Ni que me hubiera ido de Erasmus.
-Sí –respondí, secándome los ojos. La miré para decir algo, pero no pude.
Ella me observaba entre divertida y sorprendida. Nunca me había visto así. Supongo que se preguntaba dónde estaba el tipo duro que había conocido, aquél que no había querido ver nunca "Los Puentes de Madison" para no ver a su ídolo llorar.
-¿Porqué te has puesto así? –preguntó cogiéndome de la mano y empezando a caminar paseo abajo.
-Supongo que es un poco por todo –dije sin convencimiento, mientras intentaba dar con alguna excusa para cambiar de tema -. Demasiadas cosas en la cabeza, el cansancio acumulado...
-Claro –me cortó, deteniendo sus pasos y mirándome a los ojos –. Lo que sea con tal de no admitir que me echas de menos, ¿no?
-Joder, Sara. Claro que te he echado de menos, pero me cuesta demostrar lo que siento, decir las cosas... Sabes perfectamente porque me he puesto a llorar.
-Sí, lo sé. O lo supongo. Pero quiero que me lo digas. Necesito que me lo digas –su sonrisa había desaparecido y sus ojos parecía que fueran a incinerarme en cualquier momento.
-Es que no puedo...
-Pues inténtalo –en ese momento recuerdo que me sentí como un niño al que no le salen los deberes por más que lo intente.
-Lo sé, Sara, pero ya sabes como soy...
-Eso no es una excusa. La gente cambia, Dani –me tenía acorralado. Sabía lo que ella quería, lo que necesitaba. Igual que lo había sabido de Susana. ¿Sería capaz de cambiar ésta vez? ¿Me importaba Sara lo suficiente?
-Lo puedo intentar –dije finalmente, intentando convencerme a mí mismo más que a ella –. Pero, por favor, no me presiones. Sé que debo aprender a abrirme, a desprenderme de mi coraza cuando esté contigo, pero también sé que me llevará tiempo.
-Me conformo con que lo intentes –dijo, recuperando la sonrisa -. Por ahora.

Pasamos la tarde en el Parque de la Ciudadela sin soltarnos de la mano, tirándoles pan a los patos del estanque y paseando entre los árboles. Durante unas horas no pensé en nada más que en lo que estaba haciendo entonces, disfrutando de cada minuto.
Esa noche la pasé en Barcelona, pero no me puse el pasamontañas.

20 de enero de 2008

Sábado 9 de junio de 2007, 13:15h

¡Por Dios, qué calor he pasado ésta noche!
Vale que ya hace unos días que hace más calor, pero ésta noche ha sido algo infernal. Tengo que empezar a plantearme en serio el tema del vestuario. No quiero ni imaginarme las noches de julio y agosto embutido en una parka, con los guantes de esquiar y un pasamontañas cubriéndome la cara. Aparte de parecer idiota, mandaría a tomar por saco todo intento de pasar desapercibido, por no hablar de que probablemente caería inconsciente antes de que dieran las doce.
Ayer no caí en preguntarle a Carmen como vestían los tipos que conoce, pero algo me dice que, como mínimo el poli, no necesita nada especial. Habrá que indagar un poco en el mundo de la moda, me temo. Solo espero que mi única opción no sea un mono de licra a lo ciclista ni nada parecido. Mi amor propio se puede ir a paseo si me tengo que poner algo así, por no mencionar el más que probable ataque de risa que le puede dar al delincuente al que me enfrente.
Ya sabía yo que nada de ésto sería como en los cómics.

Quizás después de comer con Magda vea las cosas con más optimismo. Las cosas se ven de un color distinto con el estómago lleno. O eso decía mi abuelo.

Viernes 8 de junio de 2007, 20:55h

Magda acaba de estar aquí. Me ha traído unas croquetas caseras y a cambio me ha hecho prometerle que mañana comeré con ella. Un poco de vida social no me hará daño, supongo.
Luego me ha llamado Sara. Desde el lunes no habíamos vuelto a hablar, y si soy sincero, he esperado ésta llamada toda la semana. No voy a negar que en más de una ocasión no haya estado a punto de llamarla yo mismo, pero no me parecía lo correcto, por muchas ganas que tuviera.
Me echa de menos, y quiere que nos veamos mañana o el domingo, aunque sean un par de horas. Me he hecho un poco el duro y le he dicho que mañana lo tenía complicado, que el domingo igual tenía un rato libre, y que ya la llamaría. Hemos intercambiado las típicas preguntas frías y estúpidas que todos guardamos para ocasiones como ésta y nos hemos despedido. He colgado pensando en lo idiota que puedo llegar a ser a veces.

Volviendo a lo de ayer –por cierto, éstas croquetas están cojonudas-, cuando terminé de contarle a Carmen todo lo que le había sacado a Juan Blanco, pensé que quizás ella estaría más dispuesta a aclararme algunas de las dudas que tenía. Además, alguien con su poder por fuerza tenía que saber muchas cosas que el resto ignorábamos. Si me había encontrado a mí, bien podía haber encontrado a otros.

-Claro que conozco a otros, Daniel –respondió Carmen cuando le pregunté. Por fin alguien respondía sin evasivas. Quizás debería haber empezado por ahí... –Nunca preguntaste –dijo ella, sonriendo.
Me contó que conocía a varias personas en la ciudad con distintos tipos de poderes, y que había colaborado con alguna de ellas en más de una ocasión, como hacía ahora conmigo, pero de forma más puntual. Algunos habían sido entrenados por Juan Blanco, otros no. De hecho, la mayoría venían de otros países y llegaban ya dominando sus poderes. De todas formas, recalcó, éramos muy pocos, y la mayoría ya no usaban sus poderes.
Algunos, cansados de que nada cambiara, habían dejado de intentarlo. Los había que llevaban mucho años en ésto. Otros preferían ser discretos y ocultaban lo que podían hacer, venían de países dónde las autoridades habían puesto precio a sus cabezas. “No sabes lo que es el horror hasta que lees la mente de alguien que ha pasado los últimos meses tendido en la fría mesa de un científico”.
Luego me habló de los que sí usan sus poderes. Al parecer los hay de varios tipos.
En primer lugar, el grupo más numeroso: los que utilizan sus habilidades en beneficio propio. Al parecer muchos habían empezado a usarlos con buenas intenciones. Al principio algunos se quedaban solo con el dinero que llevaban los malos, amparándose en el dicho ése de “el que roba al ladrón tiene cien años de perdón”. Probablemente tendrían los mismos problemas que yo para compaginar ambos trabajos. La verdad es que no me parece una mala idea. Lo malo empezaba cuando en lugar de detener a los malos, acababan trabajando para ellos. Supongo que es más rentable y menos peligroso para la integridad física de uno.
En el segundo grupo están los que se creen un Robin Hood moderno. No suelen verse a muchos de éstos, según Carmen. Y sí, lo habeis adivinado: roban a los ricos –léase bancos, cajas, furgones de dinero- para luego dar a los pobres, ONGs, etc... El último se está pudriendo en La Modelo actualmente. Ah, y tranquilos, que el Dioni no es uno de ellos. Ése solo es muy listo.
Por último, están los que intentan cambiar las cosas para mejor: los hay como Perro Negro, que se limitan a ayudar a un tipo de gente concreta, como en su caso a los que él considera “sus hermanos”, aunque a veces, puntualmente, pueden prestar su ayuda a otros; están los tipos como Juan Blanco, que ya no luchan de forma directa por cambiar las cosas, pero que lo hacen a través de otros, sus alumnos, discípulos, o como querais llamarlo; y por último están los que luchan contra el mal activamente y sin hacer distinciones.
Al parecer los de éste último grupo son más bien escasos. Carmen me dijo que ahora mismo solo hay uno en la ciudad –aparte de mí-, que ha logrado mantenerse ahí gracias a que su trabajo se lo permite. Es policía. Me prometió que algún día nos presentaría.

Un borracho montado en un Volvo nos obligó a aparcar la conversación, y luego la noche siguió su curso, sin darnos un minuto de respiro. Con suerte dentro de un rato, en cuanto aterrice en Barcelona, la retomaremos.

19 de enero de 2008

Viernes 8 de junio de 2007, 17:38h

Como vestir durante las rondas para no tener que renovar el vestuario cada semana. Como compaginar el trabajo con mi nueva “afición” y no morir ni arruinarme en el intento. Qué sucedió hace un tiempo, cuando Perro Negro se unió a ellos y le salvó la vida a Carmen. Dónde están los “otros”. Qué hacen con sus poderes.
Con todo eso en mente fuí ayer noche hasta dónde Juan Blanco me esperaba. De camino, bajando por Las Ramblas, Carmen me aconsejó que hiciera preguntas concretas y sin dar rodeos, pero que si no obtenía respuesta a alguna de ellas no insistiera. No me había dicho nada que no supiera, pero le agradecí que me lo recordara. Juan Blanco era un hueso duro de roer, y nunca le sacabas más de lo que él estaba dispuesto a dar.

Un par de horas después restablecía el contacto con Carmen y empezábamos la ronda de aquella noche.
-¿Como ha ido? –preguntó. Supongo que mis pensamientos delataban mi descontento.
-Bueno, podría haber ido peor... –contesté mentalmente.
Carmen guardó silencio. Supongo que para alguien como Carmen tener paciencia es algo tan natural como el respirar, y eso es algo que se agradece, especialmente cuando uno está cabreado y además no tiene claro si lo está consigo mismo o con el mundo entero.
-¿Cuánto hace que conoces a ese viejo bastardo? –pregunté unos minutos después.
-Debe hacer unos cuatro años.
-¿También te entrenó?
-Oh, no –respondió Carmen, y sentí como sonreía -. No tuve esa suerte.
-Quizás tuviste más suerte que yo –se me escapó. Si ya suelo ser un bocazas que no puede retener muchas veces lo que le pasa por la cabeza, imaginaos cuando tengo que mantener una conversación telepática.
Me disculpé y volví a sumergirme en el silencio de una noche especialmente tranquila. Más tarde, cuando los universitarios empezaran a salir de los bares para ir a bailar, las calles se animarían y la tranquilidad se esfumaría tras las puertas cerradas.

Un rato después, Carmen volvió a tocar mi mente:
-¿Me vas a decir qué te ha dicho? ¿O voy a tener que suplicarte toda la noche? Empiezas a parecerte a tu maestro, Daniel. ¡Te ha enseñado bien, eh!
Por mucho que lo intenté no pude evitar que una sonrisa cruzara mi rostro. Una sonrisa que ella sintió. “Es como si unos nubarrones desaparecieran para dejarle el cielo al Sol” me había descrito una vez la sensación que la embargaba cuando a alguien se le pasaba un enfado.
Entonces le conté todo lo que le había sacado a mi maestro, que no era mucho.

Para empezar, en lo de la ropa me dijo que no me podía ayudar. Que debía averiguar por mí mismo como resolverlo. Dijo que me lo tomara como una extensión de mi entrenamiento. Me sentí en ese momento como un becario en prácticas. Y sin cobrar un duro, por supuesto.
En cuanto al tema del trabajo, era algo más complicado. No me dijo qué debía hacer, pero me dejó claro que lo más probable era que tuviera que elegir tarde o temprano entre mi trabajo y mis poderes, o terminaría por fracasar en ambos campos. Cojonudo. Muy alentador. Estube tentado de preguntarle en ese momento sobre como lo hacían él u otros que conociera, pero pude contenerme. Quería llegar al tema, pero debía seguir un órden o lo estropearía.
Entonces le hablé de mi último encuentro con Perro Negro y de lo que me explicó Carmen. Detuvo sus pasos bajo una farola y noté como se tensaba bajo las ropas de aspecto victoriano que vestía esa noche. Sus ojos azul hielo me miraron fijamente durante unos segundos que se me hicieron eternos.
-Sí, Perro Negro nos ayudó –dijo al fin, rompiendo aquel incómodo silencio -. Y también es cierto que salvó la vida de Carmen, aunque no del modo que tú crees. Por eso hemos permitido que siga en la ciudad –hizo una pausa y volvió a mirarme, con una sonrisa de labios arrugados dibujada en su rostro. Al mismo tiempo hacía girar su bastón con la mano izquierda, muy lentamente. “¿Hemos?”, pensé. Más preguntas sin respuesta...
-También es cierto que hubo otros a nuestro lado aquellos días –continuó segundos después, cuando ya me tenía al borde de la histeria -, pero aparte de Carmen y nuestro común amigo, nada sé del resto desde hace mucho –“¡Ja! Eso sí que no cuela”, recuerdo que pensé. Pero decidí seguir el consejo de mi amiga telépata y no presionar al viejo. Segundos después continuó hablando, aunque para entonces su sonrisa ya había desaparecido:
-Tras el incidente cada uno volvió a sus quehaceres. A la mayoría ni siquiera los conocía de antes... Y desgraciadamente también perdimos a algunos durante aquellos aciagos días –sus ojos miraron a través de la luz de las farolas, hacia el cielo. Parecía como si esperara ver algo que ya no estaba allí -. Fueron tiempos duros, Daniel. Espero que nunca tengas que pasar por algo como aquello.
Después de aquello no quiso seguir hablando del tema. Hablamos durante un rato sobre como me iban las cosas y me dió algunos consejos menores. Nada importante.
-El resto, Daniel –dijo cuando nos despedíamos, posando sus arrugadas manos sobre mis hombros suavemente, de forma paternal -, lo irás aprendiendo sobre la marcha. Eres un chico inteligente, aunque demasiado impulsivo. Pero a eso último el tiempo le pone remedio. Además, mientras tengas a Carmen a tu lado todo saldrá bien, estoy convencido –respiró profundamente unos instantes, mirándome fijamente, y poco a poco se fué desvaneciendo frente a mí hasta desaparecer. Segundos después, un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando llegaron hasta mí sus últimas palabras: “Piensa en ella como en tu Ángel de la Guarda”.

18 de enero de 2008

Jueves 7 de junio de 2007, 19:50h

-Me parece que se te está subiendo a la cabeza, Daniel –ha sido lo primero que ha dicho Rafa.
-¿Porqué? –hemos preguntado Xavier y yo a la vez, entre incrédulos y cabreados. Xavier sigue tan entusiasmado como el primer día con la idea de que un colega suyo sea un superhéroe, y todas mis ideas le parecen geniales. Estoy convencido de que si se lo pidiera no le importaría ser mi Bucky Barnes. Rafa es todo lo contrario, como siempre. Supongo que debo dar gracias por ello, es el que nos mantiene cuerdos.
-Aún no controlas del todo tus poderes –primer punto para Rafa. El partido no había hecho más que comenzar.
-Estoy en ello –he contestado, más seco de lo que pretendía.
-¡Está en ello, tío! –me ha apoyado Xavier.
-Vamos hombre, si la otra noche casi te matan...
-Me descuidé –he mentido -. No volverá a pasar.
Rafa se me ha quedado mirando fijamente sin decir nada, y Xavier ha aprovechado para darle otro bocado a su segunda pizza.
-Vale tío, no me descuidé –he confesado al final, incapaz de mantener su mirada. Dos a cero -. Si no llega a ser por Perro Negro...
-¡Ei! –ha gritado Xavier después de tragar apresuradamente. Allá iba otra de sus geniales ideas - ¿Porque no hablas con él y formais una alianza? Podríais cazar juntos. Seríais algo así como “Flecha Verde y Canario Negro”, aunque “Post-it y Perro Negro” no suenan igual algo sí que se parece, ¿no? Quizás...
-Tío, deja de decir paridas –le ha cortado Rafa -. Si no sabemos ni quién es, ni si es de fiar. Además, hasta ahora no parece que le preocupe demasiado que la ciudad esté llena de criminales.
-Si me ayudó es porque se lo pidió Carmen –he añadido. Xavier nos ha mirado unos segundos y ha vuelto a su pizza cuatro quesos encogiéndose de hombros.
Rafa ha vuelto a tomar la palabra:
-Centrémonos - ha empezado, la seriedad que expresaba su rostro me ha hecho sentir como un niño pequeño ante la regañina de un padre por un instante, pero ha logrado que tanto Xavier como yo le prestáramos toda nuestra atención -. Dani, lo primero es establecer una lista de prioridades según tus posibilidades. Y creo que no hay nada más prioritario que controlar tus poderes al ciento por ciento. No sabemos como te ha entrenado tu maestro, ya que según tú no nos lo puedes explicar. Ok, lo entendemos y lo aceptamos. Pero, al menos a mí, ese entrenamiento me parece insuficiente. No puedes cometer errores. No puede ser que unos simples matones representen una amenaza para tí. ¿Qué pasará cuando te enfrentes a tíos armados con armas de verdad y no con palos y cuchillos? ¿Qué pasará cuando la vida de alguien dependa de tí?

Y así ha seguido la tarde. Me siento como si me hubieran dado una lección de humildad. Y lo mejor de todo es que sé que la necesitaba. Se me han bajado los humos, y he comprendido que para correr antes hay que saber andar.
Esta noche veré a Juan Blanco, y si todo va como espero, luego empezaré a andar un poco más ligero.

Jueves 7 de junio de 2007, 14:38h

Estoy esperando a que lleguen Rafa y Xavier con las pizzas. Hoy hemos quedado para comer aquí y lo último que me apetecía era cocinar.
Les he llamado ésta mañana después de leer sobre los recientes asesinatos relacionados con la mafia armenia en El País Digital. No es que leer sobre pies amputados y guerras de bandas me abra el apetito, pero me ha hecho reflexionar. Desde que me pongo el pasamontañas y me dedico a rondar por las calles todas las noches solo he frustrado los planes de camellos, yonkis, ladrones de bolsos, atracadores, borrachos, pandilleros... Y la mayoría han vuelto a las calles al día siguiente. Quizás debería empezar a pensar a lo grande. Si quiero ser un ejemplo a seguir, si realmente quiero enviar un mensaje a la sociedad, tengo que marcarme metas más importantes. Necesito cazar a los peces gordos. Aparecer en las primeras páginas de los periódicos, no en una triste reseña que la gente solo lee por curiosidad.
Por eso les he llamado. Necesito hablar con mis amigos. Sobretodo saber qué opina Rafa de esto. Y Xavier... Bueno, Xavier no es ningún lumbreras, pero si alguien sabe de superhéroes, aunque sean de cómic, es él, así que supongo que algo podrá aportar.
Bien, parece que ya están aquí. El olor a pizza les delata.

17 de enero de 2008

Miércoles 6 de junio de 2007, 11:25h

Esta ha sido una noche tranquila. Lo más peligroso que he tenido que afrontar ha sido la aguja de un yonki pasado de vueltas. Cometió el error de pensar que podía robarme.
He aprovechado para repasar un poco los acontecimientos de estos últimos meses, ordenar ideas, y hacer mentalmente una lista de prioridades. Lo primero es aclarar ciertas cosas con Juan Blanco, y pedirle consejo sobre otras. Carmen me avisará “cuando él pueda verme”.
Tócate los cojones. Vete a saber qué es lo que lo mantiene tan ocupado, porque desde luego no parece que sea la lucha contra el crímen.

Desde que sé que hay otros como yo, me pregunto como es que no hacen nada. No aparece nada en los periódicos, ni en las webs de noticias de internet. Tampoco en las de otros países. ¿Porqué soy el único del que se tiene conocimiento? He hablado con Rafa sobre esto, y su respuesta ha sido contundente: “Probablemente sean más discretos que tú.” Si él lo dice debe ser así. Es el único tipo que conozco con el poder de tener siempre la razón.

Martes 5 de junio de 2007, 14:06h

Me he levantado hace un rato. He dormido fatal.
Mi relación con Sara ha dado un paso de gigante hacia atrás. Después de hablarlo ayer noche hasta las tantas “decidimos” que nos tomaremos la relación con más calma, y que nos veremos cuando podamos. En realidad fue ella la que tomó la decisión, y a mi no me quedó otra que aceptarla. Quizás sea lo mejor, aunque no para mí.
Cuando salí del piso de Sara, de camino al centro para coger el Nit Bus, llamé a Rafa. Había decidido volverme a casa. No estaba de humor para pasarme la noche merodeando por Barcelona. Cuando cogió el móvil se cagó en mis muertos por despertarlo a aquellas horas. Tenía que levantarse tres horas más tarde para ir al trabajo.
-Creo que Sara me ha dejado –dije con un hilo de voz cuando se hubo calmado un poco.
-¡¿Qué dices?!
-Lo que oyes, tío. Me temo que vuelvo a pertenecer al selecto club de solteros de más de treinta años –contesté con acritud.
-¿Estás seguro? Cuéntame qué ha pasado.
Y se lo conté. No es que no supiera por donde iban los tiros, y que no me hubiera advertido sobre lo de dejar plantada a la chica con la que llevas poco tiempo saliendo, por comprensiva que fuera. Me había aconsejado varias veces que me lo tomara todo con más calma, sobretodo lo de ir por ahí haciendo de salvador. Que me tenía que tomar días libres, que no podía salvar a todo el mundo. Lo peor es que cuando hablábamos le daba la razón, lo comprendía, pero la realidad es que no puedo seguir con lo que sea que esté haciendo, sabiendo que alguien puede estar sufriendo por no prestarle mi ayuda.
-Creo que es lo mejor, sinceramente –dijo Rafa cuando terminé -. Por mucho que duela, ahora mismo es mejor que cada uno siga con lo suyo. Ella no sufrirá ni se sentirá abandonada cada vez que desapareces, y tú podrás seguir cazando a los malos, tu prioridad ahora mismo. De todas formas, no ha dicho que se haya acabado. Os vereis cuando a los dos os vaya bien, y quizás con el tiempo, cuando tengas todo un poco más por la mano, podais reemprender la relación allí donde la dejasteis.
Seguimos charlando todo el trayecto hasta mi piso. Sus palabras me habían tranquilizado, y hacía días que no nos veíamos y aprovechamos para ponernos al corriente de todo. Cuando nos despedimos se volvió a cagar en mis muertos. Solo le quedaba una hora de sueño.

14 de enero de 2008

Lunes 4 de junio de 2007, 20:35h

Han soltado a los tipos que casi me matan la madrugada del domingo. Al parecer, según los periódicos, supuestamente no habían hecho nada ilegal y no podían ser retenidos más de unas horas. ¿Y las armas? Creía que en éste país no se podía ir por ahí con pistolas, navajas, etc... Total, que les han interrogado, han sido fichados, y luego les han soltado por falta de pruebas. Y por falta de una denuncia. Al parecer se protegen entre ellos, aunque pertenezcan a bandas diferentes y quieran verse muertos unos a otros. Mierda de leyes, de justicia y de burócratas. ¿Se supone que tengo que dejar que me maten para que les encierren? En fin...

Éste mediodía, cuando he llegado a la ciudad con la intención de pasarme por Narmu Cómics antes de ir a recoger el móvil nuevo, Carmen se ha puesto en contacto conmigo.
-¿Quieres que hablemos? –ha preguntado directamente.
-Antes querría darte las gracias por sacarme ayer del atolladero –he contestado, un poco seco.
-No tienes porque darme las gracias cada vez, Daniel. Tu haces tu parte, y yo la mía –el cosquilleo de su sonrisa en mi mente ha hecho que me relajara levemente.
-Ok.
-Perro Negro me salvó la vida una vez –ha comenzado a explicar Carmen, antes de que yo formulara la pregunta. He terminado de subir las escaleras que desde la estación de tren y he salido a la calle. Hacía un sol de narices –. Hubo un tiempo en que trabajamos juntos, algo parecido a lo que hacemos tú y yo ahora. Pero fué un período muy breve y contra una amenaza concreta que amenazaba la paz de ésta ciudad, y quizás de todo el país. Incluso Juan Blanco nos ayudó en algún momento. Y otros.
-¿Juan Blanco... y otros? -no podía imaginarme a Juan Blanco y a Perro Negro colaborando. Y, ¿quiénes debían ser aquellos otros? ¿Más gente con poderes?
-Era una amenaza real, Daniel, y muy poderosa. La única posibilidad de neutralizarla era uniendo nuestras fuerzas, por mucho que nuestra visión de como debían ser las cosas no fuera la misma. Pero el caso es que tuvimos éxito, y que de no ser por Perro Negro tú y yo no estaríamos ahora hablando. Me salvó la vida, como te he dicho, y desde entonces estamos en contacto.
-Y ahora me la ha salvado a mí –he pensado con amargura. Nunca me ha gustado deberle nada a nadie, y menos a alguien como Perro Negro.
-No es tan malo como crees –ha dicho Carmen, intentando calmar la ira que parecía empezar a trepar por mi garganta.
-Según Juan Blanco, lo es –he contestado, sin darme cuenta de que lo decía en voz alta. Un chaval que practicaba con un skate a mi lado se me ha quedado mirando un segundo, quizás pensando que le había dicho algo, y luego ha seguido a lo suyo.
-Juan Blanco tampoco es tan bueno como crees.
Y ahí hemos zanjado el tema. Estaba frente al escaparate de la tienda y no quería comerme más el coco. Ya volveríamos a él en otro momento, probablemente en la ronda de ésta noche. En ése momento tocaba entrar a por los cómics del mes.
-Luego hablamos –he pensado, cruzando la entrada de la tienda –, tengo que digerir todo ésto.
-Claro Daniel, cuando quieras. Yo no me voy a ir a ningún sitio –de nuevo ése cosquilleo al que empiezo a cogerle el gusto. Y sonriendo como un tonto me he dirigido a la sección de comic-books americanos.

Me he pasado media tarde devorando cómics para no darle muchas vueltas a todo el asunto. Ahora Sara está duchándose y arreglándose. Nos vamos a cenar a un paki que hay aquí cerca, y a hablar del rumbo que está tomando la relación. Sigue cabreada, y no la culpo. Lamento que me haya conocido en un momento tan extraño de mi vida.

12 de enero de 2008

Lunes 4 de junio de 2007, 10:05h

Bohemian Rapsody, de Queen, suena en el winamp, he terminado el diseño del logotipo que tenía pendiente, y no queda ni rastro de las heridas de la madrugada del domingo. Para ser lunes no es un mal comienzo.
Ayer me quedé dormido, y hasta hoy a las siete y media no me he despertado. Se confirma que necesitaba urgentemente una cura de sueño, y ahora veo el mundo con otros ojos.
Terminaré un par de cosas que llevo atrasadas, iré a recoger el móvil –el sábado no tenían el modelo que quería y me dijeron que pasara hoy-, y ésta tarde iré a ver a Sara para arreglar las cosas. No me porté muy bien con ella la otra noche.
De paso, cuando llegue a Barcelona, le preguntaré a Carmen sobre Perro Negro. ¿De qué se conocen? Las cosas cuanto antes queden aclaradas, mejor. No sé si me ayudó solo porque ella se lo pidió, pero es posible que me salvara la vida. La verdad es que no sé a qué atenerme con él, pero no me gusta la idea de deberle nada.

Y ahora que lo pienso, tengo que comprar ropa más adecuada para mis rondas, ¿pero qué? Además, no puedo gastarme todo lo que gano en ropa nueva y móviles. O aprendo a “trabajar” de una forma más limpia o tendré que buscarme un patrocinador, porque a éste paso no voy a tener para comer. Más preguntas para Juan Blanco.
Tengo que acordarme de pedirle a Carmen que me ponga en contacto con él.

11 de enero de 2008

Domingo 3 de junio de 2007, 18:10h

Ésta ha sido una noche realmente jodida. Casi acaban conmigo. Y para colmo tengo a Sara cabreada. Dice que no la tengo en cuenta para nada, que paso de ella. Creía que entendía lo que estoy haciendo, que comprendía el porqué y que me apoyaba, pero parece que estaba equivocado. No me ha dado un ultimátum, pero se le parecía mucho. En pocas palabras, o estoy más por ella y al cien por cien o encuentro la manera de poderlo hacer. Es una putada, pero me temo que lo de la conciliación laboral no es aplicable a mi caso.
He hablado con Carmen del tema durante la ronda de ésta noche, pero no he sacado nada en claro. Me dijo que no se ha encontrado con éste problema, por lo que no podía hacerme de consejera. Al parecer no ha tenido ninguna relación seria desde que tiene sus poderes.
-¿Y cuanto hace de eso? –le pregunté, pensando que nunca había estado con nadie, olvidando que hablábamos mentalmente.
-No hace tanto –dijo, y noté como sonreía al hacerlo. Y me sentí como un idiota. A modo de disculpa dije:
-Creía que habías nacido con tus poderes. Lo siento.
-Tranquilo, no podías saberlo –respondió, quitándole hierro al asunto. No sé como lo hace, pero sus palabras siempre transmiten esa sensación de paz, de optimismo, que hace que te sientas mejor contigo mismo y con el mundo, por difícil que sea la situación. Tal vez sea un efecto secundario de sus poderes -. De todas formas, estar postrada en una cama de hospital no ayuda demasiado en las relaciones sociales, así que llevo un tiempo sin salir con chicos –ni un deje de amargura asomó a sus pensamientos al hablar del tema que yo no me atrevía ni a tocar.

Y ahí dejamos el tema, pues Carmen vió algo y me avisó. A cuatro calles de donde estábamos, en pleno barrio de El Raval, en un pequeño solar donde hacía poco habían derribado un edificio, iba a tener lugar un ajuste de cuentas entre miembros de dos bandas latinas rivales. No es que me importe demasiado si se machacan entre ellos, pero éstas cosas acaban descontrolándose y siempre acaba herido algún inocente. Llegué justo a tiempo. Eran seis o siete en cada bando, y ya habían sacado las armas con las que se iban a enfrentar unos a otros: navajas, bates, tubos de metal, cadenas, un casco de moto... El lugar estaba bastante oscuro, y las vallas que daban a la calle y los palets apilados junto a éstas impedían que algún transeúnte curioso se asomara.
-Ve con cuidado, Daniel –me susurró la voz de Carmen.
Se estaban gritando unos a otros, mentando a sus madres, a sus hermanos y a sus muertos, mientras se medían las fuerzas. Yo aproveché para acercarme sin hacer ruido. Me puse el pasamontañas y los guantes y me situé bajo la luz de una farola cercana que daba a la calle, imaginándome mi propia silueta negra contra la luz. Sin la capa y las orejas no sabía si les infundiría el mismo miedo que Batman, pero tenía que intentarlo. El resultado no pudo ser más desatroso.
-Será mejor que dejeis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás –dije. Y ellos siguieron a lo suyo. Con aquellos gritos era imposible que me oyeran a menos que pegara un berrido. Así que berreé. No quedó muy elegante, pero fué efectivo. Todos giraron sus cabezas hacia mí, y dije por segunda vez, después de aclararme la garganta:
-Será mejor que dejeis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás.
Me miraron con incredulidad, incluso parecía que con cierta curiosidad. Pero no con miedo.
-¿Qué coño te pasa, gilipollas? –gritó uno de ellos, adelantándose. Bajo la leve luz pude ver los tatuajes que rodeaban sus musculosos brazos.
-Éste quiere que le chinguen bien –dijo otro, del otro bando.
-Esperad un momento –añadió un tercero, avanzando también hasta situarse a un par de metros de mí -. ¿Éste no será el cabrón que ha hecho que enjaulen a varios de nuestros brothers las pasadas semanas? ¿Ése tipo que sale en los noticieros? ¿El héroe?
Mierda, pensé. Por sus miradas supe que se me iban a lanzar todos encima. Había logrado que firmaran una tregua y que no se mataran entre ellos, al menos por aquella noche, pero ahora estaba por ver como iba a salir yo de allí. Eran trece o catorce, fuertes, todos armados y acostumbrados a hacer daño. Nunca me había enfrentado a tantos. Poco a poco se fueron desplegando a mi alrededor, blandiendo las armas, pasándoselas de una mano a otra. Sus sonrisas me taladraban más profundamente que sus miradas cargadas de promesas de dolor.
Y entonces me moví, antes de que me entrara el miedo. De un puñetazo le borré la sonrisa al más cercano, que cayó al suelo inconsciente, como tocado por un rayo. Los cuatro que más cerca estaban gritaron y se lanzaron sobre mí a la vez, y noté el mordisco del acero en la pantorrilla al tiempo que de una patada en los huevos tumbaba a otro de ellos. Recuerdo que en ése momento pensé que quizás le había dejado impotente de por vida. Y después pensé: “Sin remordimientos, concéntrate en salir entero de aquí”.
Un bate, o un palo, me dió en la cara, haciéndome retroceder del impacto. Sentí como la sangre me empezaba a manar de la nariz y de una ceja. Por unos instantes me sentí mareado, pero entonces noté como intentaban cogerme por detrás. Eran muchos y estaban por todas partes. Reaccioné a tiempo y de un codazo hice retroceder a uno de los que estaban a mi espalda. Me volví pegando puñetazos a mi alrededor a gran velocidad, intentando alejarlos de mí. Casi todos dieron en el aire. Un golpe tremendo en la rodilla hizo que cayera al suelo. Nunca había sentido tanto dolor. Por unos segundos, o quizás unas milésimas de segundo, cerré los ojos, intentando alejarme del dolor.
-Aguanta Daniel, pronto llegará la ayuda –sentí la voz de Carmen en mi cerebro mientras sobre mi cuerpo llovían los golpes. En aquel momento era incapaz de responderle nada coherente, así que hice lo único que podía hacer. Moviéndome entre la marea de brazos y piernas, agarré a dos de los pandilleros por los cojones, a uno con cada mano, y estrujé con fuerza. Sus gritos de dolor sorprendieron momentáneamente a sus compañeros, que retrocedieron un par de pasos mirándolos, momento que aproveché para levantarme y lanzarme con fúria contra el que tenía enfrente mientras los otros dos caían retorciéndose al suelo.
-Deberíais haberme hecho caso –dije mientras lo dejaba incapacitado de un golpe en la garganta. Salté para alejarme y me volví hacia los pandilleros. Me miraban indecisos, y también se miraban entre ellos. Puede que nunca antes alguien se les hubiera resistido tanto. Seis de ellos estaban en el suelo, entre los cascotes. Dos inconscientes y cuatro retorciéndose de dolor. A mi me costaba respirar.
Y entonces, el que parecía el líder de uno de los grupos, sacó una pistola. Una enorme. No me lo esperaba, por eso me quedé ahí quieto, mirándolo con incredulidad. Me encañonó y dijo, cabreado:
-Dejémonos de joder.
Ví determinación en su mirada. No era la primera vez que mataba a alguien. Pensé que me regeneraría luego, como la vez anterior. Pero, ¿como podía estar seguro? ¿Y si me daba en la cabeza? ¿Y si luego me incineraban, también me regeneraría?
Pero antes de que consiguiera apretar el gatillo una sombra cayó sobre él y sobre los que quedaban en pie. Casi no la ví moverse entre ellos, pero en cuestión de uno o dos segundos todos empezaron a desmoronarse, inconscientes, como muñecos desarticulados.

Antes de que pudiera preguntarme quién podía ser mi salvador, Perro Negro ya se encontraba a mi lado, contemplando el campo de batalla con su sonrisa llena de dientes.
-En menuda te has metido, ¿eh?
Me volví hacia él, disimulando mi sorpresa, y sonriendo bajo el pasamontañas, a pesar del dolor que recorría mi maltrecho cuerpo, acerté a decir:
-Un día de éstos tienes que enseñarme a hacer eso.
Perro Negro se rió con ganas y respondió:
-Ya tienes un maestro. Aunque por lo que veo, aún te queda mucho por aprender. Tienes suerte de que andara por aquí cerca y de que Carmen me avisara.
-¿Carmen? –murmuré.
Sin perder la sonrisa, Perro Negro empezó a alejarse hacia la calle.
-No creerás que Carmen solo está en contacto contigo o con tu maestro, ¿verdad? Serías muy ingenuo de creérte eso.
Me quedé helado, y sin saber qué decir. Perro Negro se agachó para salir a la calle por un agujero que había en una de las vallas, y sin volverse añadió:
-No te quedes ahí. Pégales tus post-it y lárgate. La policía está al llegar.
Cuando salí a la calle, como era de esperar, él ya no estaba, y las sirenas de los coches-patrulla se escuchaban cada vez más cerca. Tenía que alejarme de allí, pero ¿adonde podía ir con mi aspecto? Llevaba la ropa hecha trizas y ensangrentada. No podría andar más de cuatro calles sin que me detuvieran.
Maldije a Juan Blanco por no haberme explicado tantas cosas. Él y sus técnicas de aprendizaje... Me alejé calle arriba, dejando a mi espalda las sirenas que se aproximaban, y tiré el pasamontañas, los guantes y la parka al primer contenedor que encontré. La herida de la pierna no había sido muy profunda y había dejado de sangrar, aunque me había dejado los pantalones hechos un asco.
-Carmen –dije mentalmente -¿Alguna idea?
-Ve a casa de Sara –respondió -. Yo te guiaré y evitaré que te cruces con la policía o con más problemas. Ya has hecho bastante por hoy. Tienes que descansar y recuperarte.
-Okey.
Ya hablaríamos de su relación con Perro Negro en otro momento, entonces no me sentía con fuerzas. Solo pensaba en darme una ducha y dormir 72 horas seguidas.
Andube hasta el piso de Sara como un zombi, siguiendo las instrucciones que Carmen me iba transmitiendo. Cuando llegué llamé al timbre y nadie me respondió. Supuse que habría salido de fiesta con sus amigas. Saqué mi copia de las llaves y subí. No había nadie, en efecto. Me dejé caer en el sofá, a oscuras. “Un par de minutos y me voy a la ducha” recuerdo que pensé.

Los gritos de las amigas de Sara me han despertado unas horas –que a mi me han parecido segundos- más tarde. La bronca que me ha hechado luego Sara, una vez ha tranquilizado a sus compañeras de piso, ha sido monumental. No estaba para aguantar más gritos, así que me he dado una ducha rápida, me he vestido con ropa limpia que había dejado allí unos días antes, y me he largado diciéndole que ya la llamaría ahora.
Pero no me apetece. Así que ya la llamaré mañana. Necesito dormir más.

Viernes 1 de junio de 2007, 12:45h

Sigo sin saber nada de la nota. No sé si debería tomármela como una amenaza, pero como mínimo es para preocuparse. No le he dicho nada a nadie por ahora, pero he decidido que le hablaré de ella a Juan Blanco cuando volvamos a vernos. Seguro que puede aconsejarme sobre qué hacer.

Hoy estoy espeso. Llevo tres horas delante del ordenador. Tres horas inútilmente perdidas. Me siento incapaz de empezar con el diseño de un logotipo para una cadena de verdulerias. ¡Nada más facil, coño! ¡He diseñado mil logos más difíciles que éste! Pero tengo la cabeza en las calles, y en todo lo que he descubierto y aprendido éstos dos últimos meses. Se me empieza a acumular el trabajo y como no me ponga las pilas los clientes van a empezar a mosquearse. Estoy agotando las excusas para las entregas tardías. Para colmo, ésta noche se me ha roto el móvil en una pelea, con lo que los clientes no podrán contactar conmigo hasta que me consiga otro, y empezarán a ponerse aún más nerviosos. A primera hora ya han llegado los primeros e-mails preguntando donde me he metido.

Si algo he aprendido ésta noche pasada es a no llevar el móvil encima cuando salga a hacer el superhéroe. La primera razón es obvia: los móviles se rompen fácilmente. Pero hay otra, en la que no había caído hasta que el maldito aparato empezó a sonar en mitad de la noche, mandando todo intento de discreción a tomar por culo. El factor sorpresa se esfumó y los cuatro tipos que estaban desvalijando la joyería se volvieron hacia mí como uno solo, pensando seguramente que sus bates y sus palancas de hierro me pondrían en mi lugar. Evidentemente no sabían quién era yo, y los que acabaron atados, amoratados y con un post-it pegado en los pasamontañas fueron ellos. Yo solo me quedé sin móvil, y sin saber quién cojones me había llamado a esas horas.

En definitiva, que mañana me toca acercarme a por un móvil nuevo. Más vale que me ponga con el logotipo o no tendré con qué pagarlo...