21 de marzo de 2007

Quién me lo iba a decir

No he terminado el libro. La cabeza daba demasiadas vueltas a las últimas treinta y tantas horas de mi vida. Stephen King y su Apocalipsis tendrán que esperar. Ahora estoy viviendo el mío propio.

Cuando he llegado al edificio donde vivo he ido directamente a llamar al timbre del primero –aquí no hay entresuelo y solo tenemos una puerta por piso-. Me preocupaba más saber algo de lo sucedido ayer que comer, a pesar de que eran ya las dos pasadas. No es que tuviera mucha hambre tampoco. Los problemas, dicen, quitan el apetito.

Al parecer no había nadie, así que he subido al segundo, de donde salía un olorcillo a carne rebozada con ajo y perejil. La boca se me ha hecho agua y he descubierto algo importante: los problemas no quitan el apetito, lo engañan. He pulsado el botón del timbre y dentro ha sonado un zumbido, al que han seguido unos pasos lentos acercándose a la puerta. “¿Quién es?”, ha preguntado una voz de mujer mayor.

Entonces he pensado que igual no me abriría. Quizás me tuviera miedo. Yo, pensándolo fríamente, no abriría a alguien que el día anterior le ha dado una paliza al vecino de arriba. Además no se puede decir que haya mucha relación entre los vecinos. Al ser todo pisos de alquiler la gente va y viene a menudo, y como mucho cuando nos cruzamos en las escaleras es un “hola” o “adiós” apresurados y poco más. Eso de irle a pedir azúcar o leche al vecino de enfrente queda relegado a las películas.

“Soy el vecino del quinto” he dicho, intentando que mi voz sonara tranquila. Unos segundos después la puerta se ha abierto y la mujer se ha adelantado con una agradable sonrisa en su rostro. Es una mujer de unos cincuenta años, bastante estropeada, por cierto. Creo que me la he encontrado un par de veces en los dos años que llevo viviendo aquí, y en ninguna de esas ocasiones hemos ido más allá del saludo de rigor. Hoy ha sido distinto. Ha alargado la mano para estrecharme la mía y ha dicho: “Me llamo Magda. Lo que hiciste ayer fue muy valiente. Te felicito. Más gente como tú se necesita en éste mundo.” Me he quedado atónito, y cuando finalmente he comprendido lo que me acababa de decir me he puesto rojo como un tomate.

Me ha invitado a comer con ella, y pensando sobretodo en lo escasa de mi reserva alimenticia he aceptado gustoso. Además, ha sido la excusa perfecta para poder charlar tranquilamente y averiguar de primera mano lo que no recordaba de ayer y lo que sucedió posteriormente.

Magda es una mujer encantadora, y no está tan estropeada como me parecía. En realidad tiene sesenta y dos años. Es curioso que al conocer más a una persona también cambie nuestra percepción de su físico. Lo que te puede parecer horrible o molesto puede llegar a ser agradable.

Bien, dejémonos de filosofía barata y volvamos al tema que nos ocupa: resulta que el día anterior, cuando entré en el piso del vecino, armé tal escándalo que la mitad de los vecinos no pudieron evitar salir de sus hogares e ir a ver qué sucedía. Supongo que el follón que se organizó resultó totalmente intolerable hasta para la egoísta comodidad a la que ha llegado el ser humano en el último siglo, y dejaron de preocuparse de ellos mismos inconscientemente. Lo más curioso es que nadie llamó a la policía. Según me ha contado Magda, los dos chicos que viven en el tercero entraron en el piso mientras el resto de vecinos se reunían en el rellano, mirando incrédulos la puerta arrancada que descansaba en el suelo. La pelea debió durar unos pocos segundos, ya que cuando llegaron ya se habían acallado los gritos y los golpes, y solo se escuchaba el llanto de la mujer y la respiración entrecortada del maltratador. Un minuto después uno de los chicos pidió desde el interior que alguien llamara a una ambuláncia, y después me sacaron de allí semi-inconsciente y me llevaron a mi piso. Magda entró junto con dos vecinas e intentó calmar a la mujer herida, que miraba con horror a su pareja, que yacía en el suelo como un muñeco desmadejado, cubierto de sangre. La ambuláncia llegó media hora después y se llevaron a los dos. También acudió la policía y tomó declaración a los vecinos. Ninguno de ellos mencionó mi parte en todo aquello, y después de hablarlo entre todos llegaron a la decisión de que me defenderían en caso de que surgieran problemas con la ley.

"Por una vez que alguien hace algo bueno de verdad, no te vamos a dejar en la estacada, Daniel" me ha dicho Magda al salir de su apartamento. Realmente me ha hecho sentir bien, y casi -casi- me ha hecho olvidar el dolor que aún me recorre el cuerpo. Uno casi podría pensar en hacer cosas así más a menudo. Como los superhéroes de los cómics. Joder, se me va la olla.

La mujer a la que ayudé ya está en su casa, pero no así su marido -sí, están casados-, que sigue ingresado en el Hospital de Sant Pau. No sé los detalles, pero no me hace sentir tan bien el saber que he envíado a alguien al hospital. Aunque ese alguien sea un hijo de puta.

Por un instante me he planteado el subir a verla y presentarle mis disculpas por meterme donde no me llaman, pero finalmente he decidido volver al trabajo. Me da mal rollo. Además aún está todo muy reciente. Quizás mañana.

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