31 de marzo de 2007

Los amos de la ciudad

Estoy hecho mierda. Apenas he dormido.
Y encima de camino a casa me he metido en otro follón. Si no tengo poderes, ésta tarde después del combate con Xavier me como mi colección de cómics entera, lo prometo y dejo constancia escrita.

He pasado la noche en el piso de Sara, haciendo el amor y ultimando los preparativos para el viaje a ninguna parte. Sus compañeras se fueron ayer a sus respectivos pueblos a pasar las vacaciones, así que lo hemos tenido para nosotros solos.
Hemos decidido que cogeremos el coche el martes bien temprano, compraremos mapas en la primera área de servicio que encontremos, y empezaremos a explorar España aprovechando que ninguno de los dos ha viajado demasiado por el país. Marcaremos algunos lugares y a partir de ahí improvisaremos.
Estoy deseando que llegue ya el día.

No sé que tienen las estaciones de tren pero últimamente parecen atraer los problemas. O quizás sea yo. Sea cómo sea, al llegar a la estación de Plaza Catalunya he visto cómo un jóven de color, enorme y al parecer furioso, corría hacia dos chicos que andaban tranquilamente. Al llegar junto a ellos ha gritado algo que no he entendido y le ha dado una bofetada brutal a uno de los dos, que ha resonado por todo el recinto. El chaval ha ido a parar al suelo y el otro, después de unos segundos de vacilación, se ha interpuesto entre los dos sin demasiada convicción. Con miedo. El negro le sacaba dos cabezas y no dejaba de gritar, fuera de sí.

Desde dónde yo estaba podía ver toda la estación y también las escaleras: no había ni un guardia de seguridad y el resto de la gente, como de costumbre, se han limitado a mirar, sorprendidos.
El zumbado ha seguido gritando algo incomprensible, y apartando sin dificultad al que se había puesto en medio ha empezado a patear al del suelo, que intentaba alejarse de allí a rastras. Por su expresión parecía que aún no entendía lo que le estaba pasando.
Entre el amigo y otros dos jóvenes -más valientes que sensatos- han cogido a aquél mastodonte por detrás y lo han apartado. Éste ha escupido sobre el que se retorcía en el suelo y ha seguido gritando cosas en algún idioma africano mientras le obligaban a retroceder. Por unos segundos ha parecido que la cosa se iba a calmar y he empezado a relajarme.

Y entonces ha aparecido por las escaleras un grupo de negros, bajando los escalones de tres en tres. Vestían cómo el que gritaba: americanas de colores, cadenas, anillos, piercings, boinas y pantalones militares, y zapatillas deportivas de marca. Todos eran corpulentos y casi todos superaban el metro ochenta de estatura. Impresionaban bastante.
Rápidamente han avanzado entre gritos hacia el lugar del incidente y han rodeado al grupo de jóvenes, que inmediatamente han soltado al negrazo que tenían sujeto y han retrocedido hasta la pared que tenían a su espalda. Sus caras han perdido el color en unos segundos. Estaban acojonados.
La gente que iba llegando a la estación se mantenía alejada, observando, o pasaban de largo ignorando -consciente o inconscientemente- lo que estaba sucediendo.
Los hermanos eran nueve, y no parecían tener intención de irse a casa y olvidar lo que fuera que había ocurrido. Parecían bastante cabreados. Indignados.
Lentamente, intentando no hacerme notar, me he acercado a ellos. El que parecía el cabecilla estaba hablando a los chavales, que ahora sudaban además de temblar y mantener sus miradas clavadas en el suelo. Al parecer, el chico que ahora apenas se aguantaba en pie y se cubría el rostro con una mano temblorosa había mirado demasiado a la novia del negro, el cual se había ofendido y había procedido a darle una lección.
El amigo del que se había llevado las ostias ha mirado al grupo de mastodontes que tenía delante en actitud desafiante y ha dicho:
-Ésto es España, es un país libre y no está prohibido mirar.
"Puto bocazas. La has cagado" he pensado justo antes de que la primera ostia le cruzara la cara. También he pensado que seguramente era el típico universitario idealista, y que si nadie hacía nada pronto quizás se convertiría en un universitario idealista muerto.
Y entonces ha empezado una batalla campal muy desigual en que las moles de piel oscura repartían ostias a placer. Los otros, pobres, recibían mientras intentaban salir de allí. Un guardia de seguridad, que ha aparecido al oír el alboroto, se ha quedado mirando con la boca abierta, y se encogía de hombros cuando alguien le decía que hiciera algo.

Y ya no he podido aguantar más. He corrido hasta allí y he cogido al primer bruto con el que me he topado por el cuello, que se ha vuelto y me ha mirado sorprendido. Una patada en los cojones lo ha dejado retorciéndose en el suelo mientras me lanzaba sobre el siguiente.
Dos o tres minutos después los hermanos que seguían en pie han abandonado el lugar. Tres negros estaban inconscientes a mis pies.

En ése momento todo ha parecido detenerse a mi alrededor y todos los sonidos se han apagado, excepto el de mi respiración irregular. Los colores se han convertido en grises y entonces ha aparecido. El negro más grande que he visto en mi vida bajaba las escaleras sin ninguna prisa, cómo si se moviera a cámara lenta.
Lo único que le distinguía de sus compañeros -aparte de su impresionante tamaño- era que llevaba un traje negro de calidad y un elegante sombrero de copa.
Cuando ha llegado frente a mí -después de lo que me ha parecido una eternidad- me ha saludado quitándose el sombrero y me ha mostrado una enorme sonrisa llena de dientes perfectos. Entonces he sentido un frío intenso y un miedo brutal que me ha paralizado por completo. Acercando su rostro a menos de un centímetro del mío y mirándome a los ojos, ha dicho, con una voz profunda y sin mover los labios:
- Soy Perro Negro, y he venido a advertirte. No deberías meterte dónde no te llaman. Amigo, no sé si sabes cuántos de nosotros vivimos ya en tu país, pero cada vez somos más, y en los lugares de dónde venimos hemos matado por menos que éso. Estamos acostumbrados a luchar y a defender lo que es nuestro. No tememos a la muerte. No tememos a nada. Por eso somos los nuevos amos de la ciudad.

El gigante ha desaparecido de repente -cómo si nunca hubiera estado allí- y el mundo ha vuelto a ponerse en marcha y ha recuperado los colores. Entonces me he dado cuenta de que la mayor parte de la gente que había presenciado el incidente me observaba; no tengo claro de si lo hacían con miedo, respeto o agradecimiento por haber ayudado a ésos chicos. Probablemente fuera una mezcla de todo ello.
Me he asegurado de que los chavales estaban bien y he decidido irme antes de que llegara la policia.
Nadie ha intentado detenerme.

30 de marzo de 2007

No pensar

Otro día estresante en la oficina.
Aunque tener tanto trabajo no es malo. Evita que pienses. Y en mi situación casi es lo mejor que me podía pasar.

Sara me ha llamado al mediodía. Ésta noche nos veremos para preparar un poco la aventura de la semana que viene. Por lo que he podido llegar a deducir va a ser algo bastante improvisado. Coger el coche, hacer kilómetros y pararnos dónde nos apetezca. No me parece mala idea, hace tiempo que no hago algo así.
Igual que hace tiempo que no peleo contra Xavier -ni contra nadie exceptuando los dos incidentes de la semana pasada-. Mañana por la tarde, unos diez años tarde, habrá llegado el momento de la revancha. O el momento de volver dolorosamente a la realidad. En fín, ya se verá. Para qué preocuparse.

Nota IMPORTANTE: he decidido que cuando pase Semana Santa iré al médico. Aunque sólo sea por no tener que gastarme el sueldo en ropa. Ésta mañana he manchado dos camisas y un pantalón antes de salir de casa y encima he perdido el tren.

Voy a seguir trabajando un rato más. Ya me han llegado las últimas correciones.




29 de marzo de 2007

Estrés

Vaya día más asqueroso.

Te levantas ya estresado, pensando en la de trabajo que tienes por delante y sin ningunas ganas de hacerlo. Llegas a la oficina y el estrés flota ya en el ambiente a pesar -o cómo consecuencia- de llegar el primero.
Y empieza el suministro de estrés. El de la mañana, que te quita la morriña a ostias. Luego llega el del mediodía, que sólo te permite comerte un bocadillo delante de la pantalla de ordenador. Y para terminar el de la tarde, que lucha porque te quedes un rato más.
Odio los días de entrega, pero en especial odio los que además preceden a Semana Santa, Navidad, y Agosto. En ésos días todo el mundo parece volverse loco de repente y recordar que tienen cosas que presentar pasadas las vacaciones, o nuevas líneas de negocio que inaugurar en breve, para lo que necesitan a un diseñador o a un profesional en marketing. Y entonces me llaman a mí.
Coges el teléfono y sigues trabajando mientras escuchas la berborrea al otro lado y asientes de vez en cuando. No puedes dejar lo que estás haciendo porque cada minuto cuenta y la hora de entrega se aproxima peligrosamente. Cuando el cliente termina su exposición le dices -en el mismo tono suplicante de un niño pidiendo perdón a su madre cuando comprende que se ha portado mal- que la semana que viene te has cogido vacaciones, y que ya le llamarás para quedar y hablar en detalle del tema cuando vuelvas.
Cuelgas y sigues trabajando.
El estrés sigue a tu lado, encima y dentro de tí. Y no te abandona cuando sales del trabajo, ni cuando coges el tren. Sólo consigues librarte de él cuando cruzas el umbral de tu hogar, cómo si le estuviera prohibido por antiguas leyes arcanas el entrar sin ser invitado. Cómo los vampiros.

Me voy a cenar con Magda. Algo bueno tenía que tener el día.

CONCURSO - Crea un personaje

Visto que el blog lo estáis siguiendo ya unos cuantos, os propongo una espécie de juego:

Crea un personaje para ¿Soy un Superhéroe?

Hay unos Requisitos simples a seguir:

1) Darme su nombre o alias. Con o sín apellidos. Eso depende de vosotros y de cómo séa conocido.

2) Tendreis que describírmelo tanto física como psicológicamente. Pido descripciones breves, que luego me den un poco de libertad.

3) Quiero saber algo de su pasado. Un resumen muy breve, de tres líneas cómo mucho.

4) Algo en lo que destaque. Ya sea una habilidad, una profesión de importancia, etc...

5) Que sea un personaje acorde con la historia. No os flipeis XD

Yo, por mi parte, me comprometo a usar ése personaje (con el permiso de su creador y poniendo su nombre o nick en las entradas dónde aparezca) en un mínimo de 3 capítulos. Y si me gustara especialmente puede que en más.

Me reservo el derecho de no elegir ninguno si no hay personajes que considere lo suficientemente interesantes.
Vuestras propuestas agregadlas como comentario a ésta entrada. Por favor, no las agregueis a las entradas de la historia.

Teneis hasta el 1 de Mayo.

Espero vuestras propuestas ;)

Daniel End

28 de marzo de 2007

Artes marciales

He aquí la "genial" idea de Rafa.

Xavier es un colega de metro noventa y algo y un poco más de cien kilos. Puro músculo y nervio, y mucha mala leche. Lleva desde los siete años practicando todo tipo de artes marciales. Empezó, creo, con el judo, para pasarse luego al taekwondo al comprobar que allí no se daban patadas ni puñetazos. Cuando ya no podía mejorar más se dedicó al karate, del cual es tercer dan y profesor en una escuela de artes marciales de Mataró. También se ha dedicado al kickboxing, al muai-thai, e incluso asistió durante un año o dos a clases de ninjutsu. Una puta máquina de matar, vamos.
Una noche, debe hacer unos 4 o 5 años, entraron un grupo de gitanos del barrio de Cerdanyola de Mataró en la escuela y se llevaron todas las copas y cinturones ganados a lo largo de muchos campeonatos. Recuerdo cuando se enteró al día siguiente. Estaba furioso, histérico, y golpeaba inconscientemente con su puño derecho la pared qué tenía más cerca. Xavier prefería que le robaran todo su dinero antes que aquello. Todos pensamos que se le pasaría. Total, era imposible recuperarlo. ¿Quién se mete en el barrio gitano a reclamar algo que le han robado?
Xavier se metió. Y el cabrón consiguió que le devolvieran todo lo que se habían llevado. Nunca nos contó -ni a nosotros ni a nadie que sepamos- qué es lo que pasó allí. Y quizás sea mejor no saberlo.

Pues bien, Rafa quiere que luche con él para comprobar si realmente tengo poderes. No sé, casi prefiero la idea de arrojarme a la vía del tren. Almenos sería algo rápido.

Aún recuerdo cuando, hace unos diez años, me tocaba pelear contra Xavier. En ésos momentos odiaba el momento en que decidí apuntarme a kickboxing. Lo único que podía hacer era darle la espalda, cubrirme, y recibir, y con suerte dejar escapar algún golpe traicionero que pocas veces lograba dar en el blanco.
Ahora me planteo realmente las palabras de mi amigo. Quizás mi mente lo ha exagerado todo y sigo siendo el mismo de siempre.
Quizás Rafa tiene razón. Siempre la tiene...

Sin argumentos

De nuevo en casa. El último CD de Jack Johnson, In Between Dreams, suena en el ordenador. Suelo escucharlo cuando llego cansado. Sólo me bastan un par de canciones acompañadas de una cerveza para sentirme como nuevo.

Hoy he salido del trabajo un poco antes. No he podido terminar la maquetación de la revista, pero tengo hasta mañana al mediodía para entregarla. Espero llegar a tiempo.

A las seis de la tarde -más los diez minutos de rigor- Rafa se ha reunido conmigo en el Menta Negra. Me ha parecido que estaba más animado.
Hemos pedido dos cervezas y unas bravas y me he quedado mirándolo, a la espera de que empezara a contarme su versión de los hechos y me repitiera unas treinta veces lo imbécil que era y que no se merecía a alguien como Marta. En efecto, no se la merecía. Se merece a alguien mejor.
Pero ésta vez Rafa me ha sorprendido. Ha sonreído un poco, apesadumbrado, y me ha dicho que no quería volver a hablar de ella. Nunca. Que hoy hablaríamos de mí y de lo que me estaba sucediendo últimamente.
Ha sido cómo si me quitaran un enorme peso de varias toneladas de encima.

-¿Cómo te encuentras? -ha preguntado. Directo al grano. No sería él si se hubiera andado con rodeos. Aquella pregunta significaba que se estaba reponiendo rápidamente. Quizás fuera verdad que había terminado para siempre con Marta, aunque no lo tengo tan claro.
Le he contestado con un: "No me encuentro mal", y luego le he contado todo lo ocurrido desde el Jueves. También le he hablado de Sara.
Se ha alegrado por mí sinceramente, a pesar de la situación que está pasando. Es mucho más fuerte de lo que cree.

Después de la larga interrogación sobre ella, tres Volls más tarde, ha vuelto sobre el Tema:
-Sí, ví lo que hiciste a ésos seguratas. Estaba allí. Pero aún así lo que tú crees que pueden ser poderes podría ser causado por algo menos... -se ha llevado la botella a los labios mientras buceaba en su mente en busca de las palabras adecuadas-. Menos fantástico -ha añadido dejándola sobre la mesa, como si con ése gesto reafirmara su declaración.
-¿Cómo qué?
-Cómo un subidón de adrenalina.
Sabía que me saldría con éso. Yo también lo he pensado. El ser humano, cuando es sometido a situaciones extremas es capaz de segregar grandes cantidades de adrenalina que le permiten realizar proezas sobrehumanas. Se han dado casos en que, por ejemplo, una persona ha levantado un coche a pulso durante unos segundos para sacar a alguien de debajo. Hay muchos casos parecidos, y están comprobados científicamente.
-¿Y qué me dices de que se me hayan curado las heridas de una pelea en dos días escasos, sin dejar ninguna marca?
"Ésta vez te tengo" recuerdo haber pensado.
Pero no hay que subestimar a Rafa. Tiene argumentos y salidas para todo. Lástima que no sea capaz de aplicárselas a sí mismo. Se habría ahorrado cuatro años de comer mierda.
-No estaba allí y no sé lo graves que fueron ésas heridas. Quizás no fueran más que magulladuras. Tú mismo me dijiste que no tienes ni idea de lo que pasó allí dentro. El shock podría hacer que exageraras las cosas un poco. O las hemorragias y las migrañas que dices que tienes a menudo desde hace una semana. Lo siento pero éso no podemos tomarlo cómo prueba por ahora. Creo que deberías ir al...
-¿Y qué quieres que haga? ¿Que me tire a la vía del tren a ver qué pasa? -le he interrumpido, algo mosqueado. Me ha dejado sin argumentos. No quería ni pensar en que tuviera razón. Y mucho menos quería que me arrebatara la posibilidad de destacar sobre los demás. De marcar la diferencia.
Me ha observado durante unos minutos en silencio, mientras yo apuraba la cerveza. Yo tampoco tenía nada qué decir.

Cuando hemos salido del bar parecíamos una pareja recién peleada. Iba a despedirme sin más cuando me ha dicho, con ésa sonrisa suya enigmática, que significa que le ha venido a la mente la idea que necesitábamos:
-Llamaré a Xavier.


27 de marzo de 2007

Relaciones

De camino a casa he llamado a Rafa. Lo ha dejado con Marta; es la tercera vez en lo que va de año que tiene que volver a casa de sus padres.
Se me ha puesto a llorar y no he conseguido que dejara de hablar de ella: de lo maravillosa que era y de lo mal que se había portado él... Lo típico. Si Rafa pudiera ver su relación desde fuera cómo la vemos sus amigos se daría cuenta de que está obsesionado -no creo que realmente esté enamorado ya a éstas alturas- de una mujer egoísta y manipuladora. Lo mejor que podría hacer es olvidarla.
Mañana hemos quedado para tomar unas Volls. Éso siempre le anima, aunque sólo sea un poco.

Subiendo por la escaleras me ha trepado por la garganta el ya familiar sabor a sangre. Al menos no me ha pillado en el tren.
Ésta vez la sangre ha salido más espesa y oscura y ha dejado de manar antes que las otras veces. No sé si es buena o mala señal. Quizás debería buscar en Google sobre éstos síntomas. Podría estar muriéndome y yo sin saberlo. Irónico, morirme justo ahora que he conocido a mi media naranja -siento ser tan tópico, pero el momento acompaña- y cuando estoy a punto de convertirme en el primer superhéroe de la Tierra. Suena glorioso.

Ahora que caigo, será difícil ocultar algo así en mitad de la naturaleza, durante tres o cuatro días. Tengo que inventarme algo, y que no suene muy chungo. Lo último que quiero es asustar a Sara.

Después de ducharme he puesto The Book of Secrets en la minicadena y me he relajado en el sofá contemplando el mar. Poco después he cerrado los ojos y he dejado que la música me transportara a lugares lejanos, exóticos, dónde la magia aún existe.
Y entonces ha sonado el timbre de la puerta, dándome un susto de muerte.

Era Magda. Quería saber cómo estaba. Dice que la dejé preocupada el sábado, al irme de aquella manera. Le he agradecido su interés y le he dicho que estuviera tranquila, que ya estaba mucho mejor, y le he dedicado la mejor de mis sonrisas.
Finalmente ha sonreído también -después de unos instantes de duda, cómo si me estuviera escrutando mentalmente- y me ha preguntado si quería cenar con ella mañana. He rechazado su invitación contándole a grandes rasgos la situación de Rafa y le he dicho que el Jueves lo tenía libre.
Mientras bajaba las escaleras ha dicho, a modo de despedida:
- El Jueves, pues. Ven a la hora que quieras. Y cuídate, Daniel, haces mala cara.

En cierto modo Magda me da pena. Es una mujer demasiado especial para estar tan sola. Y además aún es joven. Debería salir y conocer gente, aunque no parece que la idea le entusiasme. Dice que prefiere quedarse leyendo. Así que si puedo hacerle compañía y animarla un poco con mis tonterías no seré yo quién se niegue. Intentaré romper poco a poco las absurdas barreras que se ha impuesto; es lo mínimo que puedo hacer para compensarle por sus exquisitos guisos.

Ahora voy a hacerme algo de comer, que mi estómago ya está protestando al pensar en la cena del Jueves.



Cita con Sara

Estoy que no me lo creo. Éstas cosas sólo pasan en ésas películas sensibleras que les gustan tanto a las mujeres. Y que yo no soporto, por cierto.

Sara me ha pasado a recoger por la calle Valencia -cerca de dónde trabajo- a eso de las dos del mediodía. Cuando la he visto girar la esquina el corazón se me ha acelerado, y cuando me ha reconocido y me ha sonreído casi se me sale del pecho. Ha caminado deprisa hacia mí y al llegar me ha plantado en los labios el beso más dulce que soy capaz de recordar. Me he sentido flotar y me ha venido a la mente la típica escena de dibujos animados en que al protagonista le salen dos pequeñas alas en la espalda y empieza a elevarse sin darse cuenta. No quiero imaginarme la cara de gilipollas que se me ha debido quedar en ése momento.

Mientras íbamos hacia el lugar dónde comeríamos -un restaurante de comida casera muy bueno- me ha preguntado entre risas si me había sorprendido su llamada de ayer.
Me gusta lo directa que es y la facilidad con la que me deja descolocado. No estoy acostumbrado a estar con alguien que diga lo que piensa sin importarle quedar bien o mal, pero me encanta. Es raro que una persona se muestre espontánea, tal cual es, desde el primer momento, aunque viéndola dirías que para ella es lo más normal del mundo.
- Eres la última persona que esperaba que me llamara -le he contestado. Se ha reído y a los pocos pasos se ha parado en la acera al llegar frente al restaurante. Me ha mirado a los ojos cuando me he girado hacia ella y ha dicho tranquilamente:
- ¿Cómo no iba a llamarte después de la noche más increíble que he vivido en la vida?
No he sabido qué decir, pero su sinceridad me ha hecho sentir incómodo. Cómo ya he dicho, no estoy hecho a éstas situaciones. He conseguido esbozar una sonrisa después de unos segundos en que las dudas han intentado amotinarse y tomar el control, y la he besado de nuevo. Luego hemos entrado.

Conocer a alguien tan directo, sincero, espontáneo y entusiasta me plantea un reto que no sé si estoy preparado para superar. Deseo en lo más hondo estarlo. Pero sinceramente, no lo sé.
Con Sara me ha ocurrido algo que hacía muchísimos años que no experimentaba. Hemos conectado. Desde el primer momento en que se cruzaron nuestras miradas en la discoteca se ha creado una conexión entre los dos que no sé bien cómo explicar. Es cómo cuando te presentan a alguien y parece que os conoceis desde hace años. Y surge una complicidad que va más allá, en la que con sólo una mirada, un roce, puedes comunicar mucho más que con palabras.
Y eso me lleva al reto al que me refería. ¿Cómo ocultarle lo que me sucede? Y si no se lo oculto, si decido contárselo todo antes de que la cosa vaya a más, ¿me creerá? ¿Me tomará por un loco? ¿Me temerá?

Estaba planteándome todo ésto mientras esperábamos el primer plato y ella estaba en el baño. Tan absorto estaba en mis pensamientos que no me he dado cuenta de que ha vuelto, y su voz me ha hecho regresar a la Tierra.
-¿Estás preparado para la sorpresa?
He asentido, desconcertado, y luego he recordado que ayer me habló de una sorpresa. "Adelante" he pensado, "Sorpréndeme".
-Quiero que la semana que viene te vengas conmigo de acampada.
Lo ha soltado así, tal cual. Podeis imaginaros cómo me he quedado. A cuadros.

Desde siempre me ha gustado la acampada. Desde bien pequeño estube apuntado en un centro excursionista y hacíamos una salida al mes, y después he seguido yendo cuando me ha sido posible. Me apetecía ir y tampoco tenía otro plan. Pensaba quedarme trabajando por Semana Santa, aprovechar para adelantar faena. "Al carajo el trabajo", he pensado, y le he dicho que sí. No podría haberme dado una sorpresa mejor.

Además, me servirá para desconectar realmente de todo. Cuando volvamos ya me plantearé qué hago con mis migrañas, las hemorragias y los poderes.

Lo jodido ahora va a ser la espera. Dios, que semana más larga.

26 de marzo de 2007

Contradicciones

Sorpresa. Sara me ha llamado hace un rato.
Es increíble cómo puede llegar a cambiar un día que ha empezado como el culo.

Sara... Aún no he escrito nada sobre lo sucedido después de nuestro primer beso en la discoteca. He querido mantener viva en mi mente ésa noche por unas horas más, saborearla por completo antes de plasmarla en palabras, prostituirla, privarla de su auténtico significado volcándola en un par de párrafos sujetos a miles de interpretaciones distintas, totalmente subjetivas.
De hecho, cualquier cosa que escriba no le hará justícia a ésa febril noche de descubrimientos, por lo que me limitaré a decir que desperté el domingo en el piso que Sara comparte con otras dos chicas en el Barrio Gótico, y que después de invitarme a almorzar fuimos a pasear y hablamos de todo y de nada. A media tarde nos despedimos e intercambiamos nuestros móviles. Me dió un último beso y me dijo que ya me llamaría ella. Observé cómo se alejaba hasta perderla de vista entre la gente. Sabía que aunque no la volviera a ver -que era lo que temía- nunca olvidaría su sonrisa pícara y sus ojos inquietos.

Cuando pienso en una posible nueva relación, no puedo evitar pensar en Susana. Hace ya un año y tres meses que me dejó por un tipo con un buen trabajo, ambicioso, y con los pies en la tierra. Después de seis años se dió cuenta de repente de que no estábamos hechos el uno para el otro, y dos semanas después ya estaba instalada en el piso de su nuevo amigo. Ahora está embarazada de seis meses y es feliz.
En cambio yo no lo he superado aún. No sé si estoy preparado para empezar de nuevo. Susana me destrozó por completo e incineró los restos de lo que yo era, dejando que el viento dispersara luego las cenizas. Me he sentido perdido desde entonces. Hundido y humillado. Solo.

Hasta ahora.
Creo que éste don, éstos poderes que me hacen distinto, son una espécie de señal. Ha llegado la hora de que tome las riendas de mi vida y haga algo. Por mí y por los demás.

Mañana he quedado para comer con Sara. Dice que tiene una sorpresa para mí.
Cuando ha sonado el móvil hace un rato creí que sería Rafa. O mi madre. Estaba totalmente convencido de que no volvería a ver a Sara, tanto que ni pensé en ésa posibilidad. Cuando una mujer te dice que ya te llamará ella es mala señal, por bien que te parezca que ha ido todo. Pero me equivocaba. Y me alegro. Creo que ésta chica es distinta de todas las que he conocido.
Pero hay algo que me preocupa, que me reconcome por dentro. No sé si es justo dejar entrar a alguien en mi vida en éste momento tan extraño.
Sé que me adelanto a los acontecimientos pensando éstas cosas, pero no puedo evitarlo. No sé qué pasará mañana, o pasado. Puede que me metan en prisión por asesinato la semana que viene. O puede que realmente me esté volviendo loco y esté imaginando todo. Puede que incluso Sara sea un producto de mi imaginación.

Éste mismo escrito certifica mis dudas, mi incertidumbre. Mis propias contradicciones me están acorralando.

Quizás debería ir a un médico. Puede que esté teniendo alucinaciones a causa de las pérdidas de sangre. Ésta tarde he vuelto a sangrar copiosamente.

Creo que ésta noche me costará dormirme otra vez. Mierda.

Que se sepa la verdad

Vaya, vaya. Menuda sorpresa me he llevado.

En el periódico de hoy, que he cogido del bar donde suelo ir a comer, viene una nueva noticia relacionada con el incidente de la estación con los dos guardias de seguridad a los que mandé al hospital. Las famílias del chico y de la chica -que estubo hasta ayer en la UCI del mismo hospital dónde murió el sábado uno de los guardias- "han denunciado a los dos guardias de seguridad y a la empresa Renfe por acoso y agresión injustificada con intento de asesinato sin premeditación. La chica, que aún sigue en el hospital en estado de observación, no recuerda nada de lo sucedido después del golpe en la cabeza que sufrió, que la dejó en estado de coma durante tres días, pero su novio Lorenzo A. Díaz lo recuerda todo bastante bien, y a pesar de no poder describir al desconocido que evitó que todo fuera a peor, ha comentado que le gustaría darle las gracias por salir en su defensa. La família también agradece la ayuda del Desconocido y afirman que debería haber más gente que no se limitara a mirar cuando se cometen injusticias.
La polícia ha contrastado las palabras del jóven con los presentes en el altercado y la mayoría apoyan su versión de los hechos. Ni el guardia de seguridad implicado ni sus familiares han querido hacer declaraciones."
La noticia termina así: "¿Estamos ante un asesino desequilibrado o ante un héroe moderno?"

Sólo puedo decir -a pesar de que si finalmente me identifican seguramente acabaré en prisión- que me siento aliviado. Aliviado y agradecido. Al fín alguien cuenta la historia completa.

Contacto

Para cualquier duda, comentario, curiosidad, o lo que sea, podeis mandarme un e-mail a: arawna@hotmail.es

Mala noche

He pasado una noche horrible. Los nervios no me dejaban dormir, supongo que un poco por todo: la semana que dejaba atrás, la más extraña de toda mi vida, y la noche anterior, en que conocí a Sara.

Cuando por fin he comenzado a conciliar el sueño, a eso de las dos y media de la madrugada, el vecino del tercero ha puesto una película a un volúmen intolerable. Además no era una película cualquiera. Juraría por lo que escuchaba que era una de las últimas películas del pervertido de Bigas Luna. Una mierda del calibre de Yo soy la Juani, vamos. Adolescentes folladas, maltratadas y humilladas por machitos de tres al cuarto. He intentado no prestarle atención y me he concentrado en intentar dormir, pero me ha sido imposible. Unos diez minutos después, cabreado, me he levantado, me he puesto unos tejanos y he bajado a hablar con el vecino "cinéfilo".

Cinco minutos después volvía a estar en la cama y ningún sonido perturbaba la paz de la noche. He aplacado los nervios de la única forma que sabía, y cuando he terminado al fin me he sentido relajado. Lentamente he descendido al mundo de los sueños. Debían ser las tres.

El resultado de ésta noche ha sido que he dormido sólo cinco horas y que me he levantado de muy mala leche y con pocas ganas de trabajar. Para colmo hoy es Lunes y me ha vuelto a sangrar la nariz.
Ahora estoy en la oficina y me siento deprimido. ¿Para cuando los fines de semana de tres días?

25 de marzo de 2007

Fiebre del sábado noche

Finalmente ayer noche me ceñí al plan original y me fuí a Barcelona. No podía quedarme en casa y tampoco tenía ganas de ver a nadie. Necesitaba desconectar.

Me había pasado la tarde dándole vueltas a lo que me estaba sucediendo sin llegar a nada concluyente. Las cada vez más frecuentes migrañas. Las hemorragias nasales, que están agotando con rapidez mi reducido vestuario. Mis reacciones a situaciones límite que una semana atrás habría evitado o ignorado. Y las nuevas capacidades que parece que ahora poseo: regeneración acelerada y una fuerza y agilidad por encima de la media. Por no mencionar que ahora me busca la policía.
Coño, ¡en menos de una semana he mandado al hospital a tres tíos que hacen dos como yo! Y uno de ellos ha muerto, joder.

Con todo ésto dándome tumbos por la cabeza subí a Barcelona después de cenar una magra ración de ensalada de pasta; una mezcla de espirales de colores, nueces, trozos de manzana, tomate, lechuga y salsa rosa. La cena perfecta para coger una cogorza con rapidez, que era lo que necesitaba.

Llegué con el último tren a las once y poco al centro de la ciudad y me dirigí a uno de los bares de la calle Tallers, junto a las famosas Ramblas. Me senté sólo en una mesa del fondo y empecé a beber voll-damms, una detrás de otra. Mientras bebía observaba a la gente que iba llegando, la mayoría jovencitos sedientos de alcohol, drogas y sexo. Jóvenes que ya no sienten el rock&roll como antes y se conforman con cualquier mierda que pinche el DJ de turno. ¿Fito, porqué te pasaste al bando de Los 40 Principales, puto traidor?

Creo que me bebí siete cervezas antes de empezar a notar "algo". Aquello tampoco era normal e hizo que volviera a los pensamientos que me habían llevado allí. Aceleré el proceso de ingestión de alcohol pidiendo a la camarera Jack's con hielo de dos en dos. Me dirigió una mirada reprobadora pero los sirvió sin compasión.

Abandoné el bar con 60 euros menos unas tres horas después. Limitarme a observar a la fauna local me había servido de distracción, pero necesitaba cambiar de aires y mover un poco el esqueleto. El whisky había hecho su efecto y ya iba más que alegre, así que enfilé las Ramblas hacia el mar. Siempre me ha gustado pasear por ellas de noche. Se ve todo tipo de gente y los inmigrantes te venden cervezas a buen precio a medida que paseas. Nada que ver con las Ramblas que existen durante el día. Por la noche no te vas tropezando con la gente ni te empujan cada diez pasos. Por la noche eres el amo del lugar.

Unas calles antes de llegar a la estatua de Colón que señala al "Imperio Romano" de nuestros tiempos causante de casi todos los males que asolan al planeta, pero a quién nadie hace caso, me metí en el barrio chino. Tenía clara mi meta. Me dirigía a L'Enfants.

A pesar de ser una discoteca pequeña, es un lugar que me gusta. Ponen un poco de todo -incluido rock&roll de verdad- y el ambiente suele ser agradable a pesar de que cada vez la frecuentan más "guiris". Cuando llegué a la puerta los efectos del alcohol se habían desvanecido por completo. Vaya jodienda, iba a resultar que la capacidad de regenerarme no era tan buena como pensaba. Entonces entendí porqué en los cómics Lobezno suele aparecer con una birra en la mano. Entré sin problemas y fuí directo a la barra, dónde me enchufé dos chupitos de tequila y luego me pedí un whisky con red bull.

El rasgueo de dos guitarras eléctricas me poseyó y me dirigí al centro de la sala, bailando a medida que avanzaba y esquivando a la gente que se me cruzaba. No soy una persona tímida. Nada tímida. Me gusta provocar y ser el centro de atención. El mito del freak introvertido que no sale de casa y que no se relaciona no es más que eso: un puto mito en el que mucha gente "normal" se apoya para sentirse superior.

Ayer me sentía distinto. Nada me daba miedo. Era cómo si con todo lo que había vivido la última semana sintiera que nada podría conmigo. Me planté en el centro justo de la pista y mientras bailaba observaba a mi alrededor. A mi derecha un grupo de chicas rubias, con pinta de proceder de la Europa del norte, parecía que competían por ver quién bailaba de forma más sexy. Enfrente dos niñatos pasados de vueltas se balanceaban como zombis, mientras a su lado otros tres chavales hablaban entre ellos sin apartar sus lascivas miradas del grupo de rubias. A mi izquierda había otro grupo de tres chicas, éstas españolas. Soprendí a una de ellas mirándome divertida. Ésa noche no estaba para ligues y aparté la mirada. El DJ, en la cabina, hablaba con dos adolescentes.

Cuatro cubatas y tres chupitos de tequila después seguía en el centro de la pista. No logré emborracharme pero estaba contento. Bailar me ayuda a no pensar, me libera. La música entra en mí y dejo que mi cuerpo responda a ella instintivamente. A menos, claro, que suene una canción que no me gusta o no conozco, entonces me limito a hacer el gilipollas y a reirme de mí mismo. Fué con una de éstas últimas cuando se me acercó la chica a la que había sorprendido un rato antes mirándome. Una sonrisa divertida y sincera iluminaba su rostro al mismo tiempo que se situaba delante mío y se ponía a hacer el idiota conmigo. Me agarró por los hombros y nos mecimos juntos contra la música. Sus ojos oscuros me miraban y los míos la miraban a ella. Era preciosa. Me maldije a mí mismo y a todo lo que me había sucedido la última semana, y maldije a mi yo lógico que no dejaba de decirme que dejara de mirarla. Que me largara de allí cuando aún estaba a tiempo. Y entonces la besé. Mientras nuestras lenguas jugaban ansiosas, ardientes, febriles, tuve la certeza de que ya me había enamorado de ella. De una chica de la que no sabía ni el nombre.

24 de marzo de 2007

Malas nuevas

Éste mediodía mi vecina Magda me ha invitado a comer y me he enterado de que el vecino del cuarto, el maltratador, ha regresado del hospital. Lo trajeron ayer noche mientras yo estaba en el cine. Al parecer tiene que guardar cama por un tiempo. Por mí cómo si se queda en ella de por vida, así no podrá volver a pegar a ninguna mujer.

Magda es una buena mujer, inteligente y cultivada, además de atractiva para su edad. Siempre que la he visto va bien arreglada y se nota que se cuida. De ahí que antes de conocerla le pusiera unos 50 años. Es víuda desde hace cinco años, y con su marido nunca pudieron tener hijos, pero dice restándole importáncia que su Antonio le dió siempre el cariño que necesitó y más.

Mientras comíamos ha puesto las noticias en la tele, a las que no hemos prestado demasiada atención contándonos nuestras respectivas vidas. Hasta que han anunciado "la muerte de A. F. Gómez, guardia de seguridad contratado por la empresa Renfe, a causa de las heridas provocadas por la agresión a manos de un hombre todavía no identificado por la policía. Ha luchado por su vida durante más de 40 horas en la unidad de cuidados intensivos del Hospital del Mar de Barcelona, donde ha fallecido a las doce y un minuto del mediodía de hoy."
A continuación han salido unas imágenes de su compañero dónde declaraba que no recordaba nada de lo ocurrido, pero que deseaba que cogieran cuánto antes al culpable. Finalmente daba el pésame a los familiares y el programa daba paso a otra noticia.

Magda se me ha quedado mirando, preocupada. Yo estaba temblando y en el cristal opaco de un armario he podido ver reflejado mi rostro angustiado. Había perdido todo el color.
Entonces me ha preguntado si le conocía, si era un amigo mío. No me han salido las palabras. Tampoco sabía qué decir. Me he levantado y he salido a toda prisa de allí. Ella me ha seguido hasta el recibidor. Cuando he llegado junto a la puerta he logrado mascullar un "Perdona. Lo siento" y he salido de su apartamento para dirigirme al mío. He subido los escalones de dos en dos, he abierto la puerta con dificultad a causa del temblor que sacudía mis manos, y dejándola entreabierta he corrido hasta el baño. Dejándome caer delante de la taza del inodoro he vomitado la cena de ayer y lo que acababa de comer. Luego me he puesto a llorar.

Cuando me he tranquilizado me he acordado de la puerta y la he ido a cerrar. Me he quedado mirando la puerta del cuarto un rato, recordando la última parte de mi sueño. Luego he llamado a Rafa. Necesitaba verlo, pero me ha dicho que tenía problemas con Marta y que hoy no podría quedar. Que si quería podíamos comer juntos mañana. Joder.

¡Puta Marta de los huevos! ¡Déjala ya, Rafa, te está destrozando la vida y no te das cuenta! Aunque ahora que lo pienso, ahora mismo no soy el más adecuado para dar consejos. Mi vida se está yendo a la mierda a velocidad de vértigo.

Le he dicho que ya le llamaría mañana.

Creo que bajaré a Barcelona, me emborracharé y me meteré en algún garito hasta que me echen. Nunca he salido sólo de fiesta y quizás éste sea el momento oportuno. No quiero estropearle la noche a nadie.

En fín, como suelo decir demasiado a menudo: mañana será otro día.

Viaje de vuelta a ninguna parte

Ésta noche he matado a alguien. Ha sido en sueños, pero he sentido el sabor de sangre ajena en mi boca al despertar.

Cogía el tren después de un duro día de trabajo y me quedaba dormido. Cuando despertaba veía por la ventana lugares que no reconocía, y el resto de pasajeros estaban levantados, nerviosos. Sus rostros mostraban miedo más que preocupación. De repente, una voz robotizada informaba de que se habían equivocado al poner los destinos en la estación, y que cuando llegáramos a la siguiente parada pidiéramos en taquilla un billete de vuelta. Los pasajeros gritaron y protestaron, a la vez que corrían por el vagón y se empujaban. Yo permanecía en mi asiento, contemplando el paisaje extraño, absorto. Una eternidad después el tren se detuvo.
La estación estaba en medio de la nada. Prados y bosques la rodeaban, pero no se escuchaba el sonido del viento, ni de pájaros, ni de nada. Los pasajeros seguían gritando, pero ahora sin voz, y se agolpaban como un rebaño de animales junto al tren a medida que se bajaban. Crucé entre la multitud sin problemas, sin rozarlos siquiera, como si me hubiera convertido en un líquido que se desplazaba entre ellos aprovechando cualquier hueco o grieta, y llegué a la taquilla. Un hombre de uniforme, con una de aquellas viejas gorras de jefe de estación, me observaba desde detrás de la ventanilla. Sus ojos parecían los de un traidor, un jugador tramposo, o un mentiroso compulsivo. No miraban nunca de frente. Un bigotillo recortado y pulcro terminaba de rematar aquél aspecto de personaje de película antigua, que de repente vestía como un hampón de los años veinte de Chicago y perdía todo el color para pasar a ser en blanco y negro.
-¿Qué desea? -dijo con una sonrisa falsa, condescendiente y a la vez amarga.
Le expliqué que tenía que volver a la estación de dónde venía el tren que me había traído allí por error, y le mostré mi billete. Su sonrisa se ensanchó aún más y quedó congelado, y yo esperé. Un rato después volvió a la vida y me pidió el DNI. Busqué y busqué en mi cartera y no lo encontraba, y al mismo tiempo me preguntaba porqué necesitaría mi documento de identidad. Le pregunté si le serviría el carnet de conducir. Siguió sonriendo y meneó la cabeza como restándole importáncia. Volvía a vestir el uniforme azul y la gorra y había recuperado el color. Rellenó un impreso a mano, con una pluma, y me lo dió sin dejar de sonreir.
El impreso decía, en dos líneas:

Vale por un viaje de vuelta.
Resistente a las balas.

Cuando me dí la vuelta el tren ya no estaba, y de los pasajeros que habían llegado conmigo no había ni rastro. El andén estaba desierto. Avancé hasta un banco de madera y me senté a esperar. Me relajé bajo los agradables rayos de sol y me adormecí. Un tiempo indeterminado después un grito de mujer me despertó y reconocí a los dos guardias de seguridad, que ahora vestían monos de mecánico cubiertos de grasa. Estaban golpeando a mi vecina.
A uno de ellos le arranqué la tráquea a mordiscos y saboreé su sangre espesa. El otro huyó hacia el bosque. Después hice el amor con ella en el suelo de la estación.
Llegó el tren en el momento en que me abrochaba el pantalón, anunciando su llegada con un pitido sordo. Una columna de humo blanco delataba en el aire su recorrido.

Y entonces he despertado. Me volvía a sangrar la nariz y el sabor a sangre llenaba mi boca. He ido al baño y me he limpiado. Creo que he escupido por lo menos medio litro de sangre.

Tengo que llamar a Rafa.

23 de marzo de 2007

Efectos secundarios

Por fin en casa. Las facturas y la reunión de última hora con un cliente casi acaban conmigo.

Lo primero que he hecho al llegar ha sido tomarme un espidifén. La migraña vuelve al ataque, qué sorpresa. Dicen que las migrañas son causadas por el estrés, por la acumulación de problemas o por según qué tipo de comidas. Mi migraña de hoy juraría que viene de una combinación de lo primero y lo segundo, pues dudo que un bocadillo de tortilla a la francesa de dos huevos con pan con tomate pueda ser la causa. Quizás debería hacerle más caso a mi madre e ir a ver a un neurólogo; lleva repitiéndome lo mismo desde hace dos años cada vez que me ve. Lo jodido es que puede tener razón: las migrañas cada vez me dan más frecuentemente, y ya he tenido que descartar el migraleve y el tonopán como calmantes del dolor. Uno termina "inmunizándose" a los medicamentos cuando se automedica abusivamente, que es exactamente lo que hago. Me da miedo pensar en el día en que no quede un solo medicamento que me alivie.

A media tarde, de camino a casa del cliente, me ha llamado Rafa -el muy perro no me llamó ayer, tuvo problemas con Marta- y lo que me ha contado me ha tranquilizado bastante. Se ve que cuando acudió la polícia a la estación y empezaron a hacer preguntas, todos los testigos "se pusieron de acuerdo" en olvidarme. Ninguno parecía recordar ningún detalle sobre mí. ¿La gente realmente está empezando a dejar de pensar sólo en ellos mismos? ¿Están empezando a distinguir entre el bien y el mal? ¿O es un efecto secundario de lo que me está sucediendo? La verdad, creía que ya estaba jodido cuando he leído la notícia ésta mañana.

Bien. Me he duchado, me he vestido y me he sentado a escribir ésto. Ahora estoy como nuevo, y el espidifén ha hecho su efecto. Podré ir al cine y disfrutar de la nueva película de Zack Snyder como se merece. Ha llegado la hora de irme. Me esperan.

Sensacionalismo al mejor postor

Qué fuerte. Salgo en el puto periódico. Ahora sí que estoy flipando.

Al llegar a la estación una chica me ha dado el Què!, el periódico gratuito más sensacionalista que hay. Hubiera preferido el ADN pero ya no quedaban. Tengo la costumbre, antes de seguir con la lectura del libro del momento -sigo con Apocalipisis- de ojear el periódico gratuito que me den y leerme sólo aquellas noticias o temas que me llaman la atención, saltándome siempre las páginas de deportes y centrándome sobretodo en las secciones que hacen referencia al ocio.
El horóscopo también me lo leo como hace todo el mundo, aunque sea una de las mayores chorradas que existen.
Pues bien, en la página 5, el titular de una de esas noticias que aparecen en una columna a un lado, en pequeño, ha atraído mi atención y me ha hecho dar un respingo en el asiento. Creo que la señora que tenía sentada al lado se ha dado cuenta de mi reacción y cuando me ha mirado no he podido evitar cerrar el periódico. Me he sentido como un niño pequeño al que han cogido en plena travesura.

El titular dice así:
"Dos guardias de seguridad reciben una paliza de un desconocido"

Y la noticia continúa en el mismo tono sensacionalista:
"Los guardias de seguridad A. F. Gómez y R. E. de la Rosa, responsables ayer de la seguridad del tramo de Cercanías de Renfe del Maresme, fueron ingresados a las 20:30h en el Hospital del Mar de Barcelona, tras haber sido agredidos brutalmente por un hombre que aún no ha sido identificado. La agresión tuvo lugar en -prefiero no poner el nombre de la población aquí-, sobre las siete de la tarde. Según algunos testigos presenciales, el hombre se lanzó contra los trabajadores de Renfe en defensa de una pareja de jóvenes que habían tenido problemas con los citados.
La policía está recopilando datos en éstos momentos sobre el agresor, a fin de poder llevarlo ante la justícia, pero al parecer ningún testigo ha podido dar una descripción detallada del indivíduo, alegando que estaban tan impresionados por la escena que no se fijaron.
R.E. de la Rosa ha sido dado de alta ésta madrugada, mientras que su compañero A. F. Gómez sigue en la UCI."

¡Qué hijos de puta! ¿Y lo que ellos les hicieron a esos chavales no lo ponen?

Voy a desayunar algo. Me siento asqueado y mareado.

Híper. Mega. Ultra. Súper.

Híperactivo. Mi cerebro no se ha detenido ésta noche. Apenas he dormido. Me siento excitado y nervioso.

Mega
rallado. Reconozcámoslo, lo que me está pasando no es normal, joder. Además, cuando me he levantado me ha vuelto a sangrar la nariz. No sé si tendrá algo que ver, pero hasta el lunes me había pasado en contadas ocasiones.

Ultra
jado. Por el comportamiento de las supuestas fuerzas del órden y de la gente en general.

Súper soprendido. Ayer noche, antes de acostarme, vino a verme la vecina a la que ayudé hace tres días para darme las gracias.

Más tarde me extenderé, ahora me voy a la oficina. Hoy tengo un montón de facturas que preparar y enviar o el mes que viene no pagaré el alquiler ni los autónomos, y no tendré para comer.

22 de marzo de 2007

Ésto empieza a gustarme

No sé qué pensar. Les he dado de ostias a dos seguratas de la Renfe. Y lo peor es que no me arrepiento en absoluto.

Mejor empiezo por el principio. A las cinco y media he quedado con Rafa en el Menta Negra. Él ha llegado diez minutos tarde, como de costumbre, y yo ya me había ventilado la primera mediana. Ha pedido dos más -una para mi y otra para él- y se ha sentado delante mío. Me ha observado durante unos segundos y, enarcando su ceja de "algo no anda bien" me ha preguntado qué era aquello tan importante que quería contarle. Nos hemos tomado tres cervezas cada uno mientras le contaba todo lo sucedido en los últimos tres días. Él se lo ha tomado como una coña, como era de esperar, y la conversación ha dado un giro totalmente esperado hacia las putadas que le hace Marta, su novia. Es el tema habitual -y diría que favorito- de Rafa.

Luego hemos bajado hasta el paseo marítimo y nos hemos estado un rato observando el mar hasta que ha empezado a bajar el sol. El "contentillo" provocado por las medianas también ha bajado y después de un buen rato en silencio me ha preguntado si todo lo que le he contado iba en serio. Le he contestado que si quiere acompañarme a casa se lo demuestro, y se me ha quedado mirando. En sus ojos he avistado un chispazo de duda, pero no ha llegado a prender y haciendo un gesto con la mano me ha indicado que dejáramos el tema.

Sé perfectamente que es prácticamente imposible que alguien me crea. No me lo creo ni yo...

Cuando hemos llegado a la estación de la Renfe es cuando ha empezado todo. Desde lejos ya hemos visto algo raro, pero hablando de Marta no le hemos prestado la suficiente atención hasta que ha sido demasiado tarde. Había tres o cuatro personas en el andén, mirando con nerviosismo, atónitas, como un guardia de seguridad sujetaba a una chica mientras su compañero le daba puñetazos a un chico sin que éste hiciera acto de defenderse. Lo tenía cogido por el cuello de la chaqueta y le estaba machacando la cara. Al acercarnos he podido ver que el chaval ya estaba medio inconsciente. Ninguno de los presentes hacía nada. Solo mirar. Mientras, el chaval seguía recibiendo golpes y la chica, sujeta por el otro gorila, gritaba enloquecida que dejaran a su novio. Estaba llorando a lágrima viva.

La verdad es que tanto el chico como la chica tenían bastante mala pinta. Estaban muy pálidos y delgados los dos. Y la chica parecía ir colocada, aunque quizás fuera solo por la impresión.

He vuelto a notar esa sensación de impotencia en la boca del estómago. Parece que te esté diciendo: "¿No piensas hacer nada?"
He avanzado dos pasos y Rafa me ha detenido y me ha mirado con el rostro descompuesto, diciendo con voz temblorosa: "No te metas. No sabes qué ha pasado. Puede que el chaval..." Y ahí he dejado de escuchar. Porque en ese instante la chica se ha soltado y ha corrido hacia el segurata que estaba vapuleando a su novio, gritando que le soltara, que no tenía porque pegarle por haberse colado en el tren. Y entonces ha caído la gota que ha colmado el vaso. El otro guardia de seguridad ha corrido tras ella, la ha cogido del brazo, y después la ha empujado con todas sus fuerzas contra el muro de ladrillos que separa el paseo del andén. La cabeza de la muchacha ha rebotado contra la pared y ha caído inconsciente al suelo. La gente ha retrocedido asustada, gritando, protestando, al mismo tiempo que todo a mi alrededor ha perdido el color y me he visto a mi mismo saltando contra el hijo de puta del segurata.

En cuanto he entrado en contacto con él todo parece haberse sucedido a cámara rápida. Recuerdo haberle pegado una patada en un costado y sus ojos muy abiertos, mirándome como si no se creyera que alguien -probablemente alguien como yo- le estuviera golpeando. Ha intentado agarrarme, pero no sé como me he zafado y le he enchufado un puñetazo en el estómago que le ha hecho retroceder. Entonces su compañero ha soltado al chico -que ha caído al suelo- y ha decidido unirse a la fiesta. Recuerdo perfectamente haber pensado: "Bien, así no tendré que venir a por tí".

Lo siguiente que recuerdo es a Rafa, gritándome que tenía que irme de allí, que venía la policía. El ruido de las sirenas acercándose me ha devuelto al mundo real. Los dos guárdias de seguridad estaban tumbados en el suelo, inconscientes. Más gente se había reunido a nuestro alrededor, disfrutando del jodido "espectáculo", murmurando, y solo tres personas estaban junto al chico y la chica. Uno de ellos decía ser médico.

- ¡Vete! -me ha gritado Rafa -¡Te llamo ésta noche pero pírate ya!
Lo he mirado un segundo. Estaba totalmente acojonado. "Supongo que ahora estás empezando a creerme" he pensado sarcásticamente, y de un salto me he plantado al otro lado del muro y he corrido hasta casa sin detenerme.

Cuando he cruzado la puerta de mi apartamento me he sentido aliviado. Me he sentado en el sofá y he respirado profundamente. El corazón parecía a punto de salirse de mi pecho.

Cuando al fin me he calmado, no he podido evitar pensar que he hecho lo correcto. ¡Qué cojones, esos hijos de mala madre se merecían un poco de su propia medicina!

Sinceramente, sea lo que sea lo que me pasa, me está empezando a gustar más de lo que me asusta.

Tengo miedo

Estoy en casa.

Al final no he ido al trabajo. Los nervios y mi imaginación -que cuando quiere se desborda- han podido conmigo. He llamado a uno de mis clientes con el que hoy tenía una reunión y la he pasado a mañana. El resto de cosas que tenía pendientes para hoy las puedo hacer perfectamente desde aquí, aunque con la de tonterías que me pasan a mil por hora por la cabeza no es que esté en las mejores condiciones para ello.

Para empezar, soy un tío bastante freak, no voy a ser yo quién lo niegue. Colecciono cómics desde pequeño, al igual que películas -originales-, leo sobretodo libros de fantasía y terror, y encima juego a rol con los amigos de toda la vida. El "pack completo", que se suele decir. Lo que me lleva a tener una mente bastante abierta.
En cuanto he visto que no tenía ni un rasguño, lo primero que he pensado ha sido: "¡Coño, soy como Lobezno!" Luego me ha entrado el pánico.

Éstas cosas sólo pasan en los tebeos o en las películas. No son reales. No soy un jodido mutante ni me he comido un trozo de meteorito que me ha dado poderes. Probablemente lo que me suceda es que estoy enfermo. O loco.

Uno de los vecinos -no recuerdo su nombre- me dijo que debería ir a que me viera un médico. Quizás tenga razón. Pero a ver,... ¿qué le voy a decir? "Perdone doctor, pero anteayer me peleé con mi vecino y quedé hecho una piltrafa, pero hoy me he levantado y como nuevo, oiga. ¿Sabe usted si es normal?"
Pero eso no es todo. Ayer mientras comíamos, Magda, al contarle lo de la hemorragia nasal de antes de que sucediera todo, me dijo que aquello no era normal. Que si me sangraba la nariz por los dos agujeros y de forma contínua podía ser algo grave. Y más si ya padecía migrañas. Que fuera al médico sin falta. Pero la nariz no me ha vuelto a sangrar, y a los médicos no es que les tenga en mucha estima. Además soy una de aquellas personas que va al médico cuando ya no queda más remedio. Sé que no es lo correcto, pero es lo que hay. Hoy me encuentro bien, entonces no voy al médico aunque esté cagado de miedo.

Aún no le he contado ésto a nadie. Quizás ésta tarde llame a Rafa y me vaya a tomar una cerveza con él. Hablar con él siempre me tranquiliza. Es el tío más práctico y lógico que conozco, además de saber sobre casi todo. Seguro que sabe qué hacer. O quizás me mande a la mierda por contarle cuentos chinos.

Voy a ver que tengo en la nevera -como si no lo supiera ya-. Tengo un hambre atroz.

¿Regeneración?

Joder. No sé como explicarlo. Estoy temblando.

Hace un rato que me he levantado -hoy ya dentro de mi horario habitual-.
Por cierto, he dormido como un tronco y sin problemas. Cuando me acosté después de ver la película apenas me dolía nada. Dos gelocatiles de 650 miligramos hacen milagros.

Me he dirigido al cuarto de baño para ducharme, lavarme los dientes... Lo de cada día, vamos, pero cuando me he enfrentado al espejo, esperando ver mi rostro amoratado me ha extrañado ver que no quedaba señal alguna de mi pelea con el vecino. Sinceramente, hasta ahora nunca me habían puesto un ojo a la virulé, así que tampoco sé lo que tarda en irse un moratón, pero diría que algo más sí que duran. Quitándole importáncia me he empezado a desnudar -¡joder, qué frío hace hoy!- y al sacarme las vendas de las manos ha sido cuando ya me he asustado. Hasta ese momento ni me he dado cuenta de que al despertarme no me dolía nada. Ni un rasguño. Ni una costra, cicatriz o marca.

Por un momento he pensado que había soñado los dos días anteriores y que volvía a ser martes... Pero ahí están los vendajes y las tiritas ensangrentadas. No han desaparecido.

Estoy acojonado. No sé qué hacer.

21 de marzo de 2007

Sorpresa de última hora

Alucinante.

Hace aproximadamente media hora se han pasado por mi piso la mayoría de vecinos -muchos ni sabía que vivieran aquí- para saludarme, ver qué tal estaba, si necesitaba algo, o simplemente "para estrechar la mano al héroe local". ¡Magda y dos vecinas me han traído un pastel y todo! Azorado ante aquél despliegue de humanidad me he sentido como un imbécil, sin saber qué decir o hacer. No he acertado a mascullar más que un "gracias" detrás de otro, hasta que finalmente me han dejado solo en el recibidor de mi apartamento con el pastel sujeto por unas manos temblorosas. Mis piernas también temblaban, todo hay que decirlo.

Por cierto, el pastel es cojonudo. De trufa cubierta con chocolate Cheddar y unos montoncitos de nata, como a mi me gustan. Después de la cena pienso darme un atracón a la salud de los vecinos.

Ésta sorpresa de última hora y el hecho de que las heridas apenas me provocan ya dolor me han alegrado la noche. Después me pondré alguna película de DVD, y mañana será otro día.

Mmmm... ¿X-Men o X-Men2?

Quién me lo iba a decir

No he terminado el libro. La cabeza daba demasiadas vueltas a las últimas treinta y tantas horas de mi vida. Stephen King y su Apocalipsis tendrán que esperar. Ahora estoy viviendo el mío propio.

Cuando he llegado al edificio donde vivo he ido directamente a llamar al timbre del primero –aquí no hay entresuelo y solo tenemos una puerta por piso-. Me preocupaba más saber algo de lo sucedido ayer que comer, a pesar de que eran ya las dos pasadas. No es que tuviera mucha hambre tampoco. Los problemas, dicen, quitan el apetito.

Al parecer no había nadie, así que he subido al segundo, de donde salía un olorcillo a carne rebozada con ajo y perejil. La boca se me ha hecho agua y he descubierto algo importante: los problemas no quitan el apetito, lo engañan. He pulsado el botón del timbre y dentro ha sonado un zumbido, al que han seguido unos pasos lentos acercándose a la puerta. “¿Quién es?”, ha preguntado una voz de mujer mayor.

Entonces he pensado que igual no me abriría. Quizás me tuviera miedo. Yo, pensándolo fríamente, no abriría a alguien que el día anterior le ha dado una paliza al vecino de arriba. Además no se puede decir que haya mucha relación entre los vecinos. Al ser todo pisos de alquiler la gente va y viene a menudo, y como mucho cuando nos cruzamos en las escaleras es un “hola” o “adiós” apresurados y poco más. Eso de irle a pedir azúcar o leche al vecino de enfrente queda relegado a las películas.

“Soy el vecino del quinto” he dicho, intentando que mi voz sonara tranquila. Unos segundos después la puerta se ha abierto y la mujer se ha adelantado con una agradable sonrisa en su rostro. Es una mujer de unos cincuenta años, bastante estropeada, por cierto. Creo que me la he encontrado un par de veces en los dos años que llevo viviendo aquí, y en ninguna de esas ocasiones hemos ido más allá del saludo de rigor. Hoy ha sido distinto. Ha alargado la mano para estrecharme la mía y ha dicho: “Me llamo Magda. Lo que hiciste ayer fue muy valiente. Te felicito. Más gente como tú se necesita en éste mundo.” Me he quedado atónito, y cuando finalmente he comprendido lo que me acababa de decir me he puesto rojo como un tomate.

Me ha invitado a comer con ella, y pensando sobretodo en lo escasa de mi reserva alimenticia he aceptado gustoso. Además, ha sido la excusa perfecta para poder charlar tranquilamente y averiguar de primera mano lo que no recordaba de ayer y lo que sucedió posteriormente.

Magda es una mujer encantadora, y no está tan estropeada como me parecía. En realidad tiene sesenta y dos años. Es curioso que al conocer más a una persona también cambie nuestra percepción de su físico. Lo que te puede parecer horrible o molesto puede llegar a ser agradable.

Bien, dejémonos de filosofía barata y volvamos al tema que nos ocupa: resulta que el día anterior, cuando entré en el piso del vecino, armé tal escándalo que la mitad de los vecinos no pudieron evitar salir de sus hogares e ir a ver qué sucedía. Supongo que el follón que se organizó resultó totalmente intolerable hasta para la egoísta comodidad a la que ha llegado el ser humano en el último siglo, y dejaron de preocuparse de ellos mismos inconscientemente. Lo más curioso es que nadie llamó a la policía. Según me ha contado Magda, los dos chicos que viven en el tercero entraron en el piso mientras el resto de vecinos se reunían en el rellano, mirando incrédulos la puerta arrancada que descansaba en el suelo. La pelea debió durar unos pocos segundos, ya que cuando llegaron ya se habían acallado los gritos y los golpes, y solo se escuchaba el llanto de la mujer y la respiración entrecortada del maltratador. Un minuto después uno de los chicos pidió desde el interior que alguien llamara a una ambuláncia, y después me sacaron de allí semi-inconsciente y me llevaron a mi piso. Magda entró junto con dos vecinas e intentó calmar a la mujer herida, que miraba con horror a su pareja, que yacía en el suelo como un muñeco desmadejado, cubierto de sangre. La ambuláncia llegó media hora después y se llevaron a los dos. También acudió la policía y tomó declaración a los vecinos. Ninguno de ellos mencionó mi parte en todo aquello, y después de hablarlo entre todos llegaron a la decisión de que me defenderían en caso de que surgieran problemas con la ley.

"Por una vez que alguien hace algo bueno de verdad, no te vamos a dejar en la estacada, Daniel" me ha dicho Magda al salir de su apartamento. Realmente me ha hecho sentir bien, y casi -casi- me ha hecho olvidar el dolor que aún me recorre el cuerpo. Uno casi podría pensar en hacer cosas así más a menudo. Como los superhéroes de los cómics. Joder, se me va la olla.

La mujer a la que ayudé ya está en su casa, pero no así su marido -sí, están casados-, que sigue ingresado en el Hospital de Sant Pau. No sé los detalles, pero no me hace sentir tan bien el saber que he envíado a alguien al hospital. Aunque ese alguien sea un hijo de puta.

Por un instante me he planteado el subir a verla y presentarle mis disculpas por meterme donde no me llaman, pero finalmente he decidido volver al trabajo. Me da mal rollo. Además aún está todo muy reciente. Quizás mañana.

Me duele todo

Estoy en la oficina. Hecho una mierda, pero en la oficina. Me duele todo, joder.

Me he despertado a las 6:30, pasada una larga e incómoda noche en que he tenido que dormir mirando al techo y sin moverme apenas. Cualquier intento de dormir de lado, como tengo acostumbrado hacer, ha quedado descartado automáticamente a causa de las terribles punzadas de dolor que recorrían mi cuerpo. Mención aparte para las pesadillas que me han acosado cada vez que conseguía dormirme y que me han despertado en más de una ocasión. Una noche para el recuerdo, vamos.

Presento un aspecto horrible, pero por suerte trabajo solo y hoy no tengo que ver a ningún cliente. Las gafas de sol me han protegido de miradas indiscretas durante el trayecto de casa a la oficina. Y los guantes, aprovechando la excusa de que finalmente ha vuelto el frío, han ocultado las vendas y tiritas de mis manos. He visto gente en el metro que tenía peor aspecto que yo, y no es la primera vez.

He salido de casa después de una reconfortante ducha y aprovechando que me he levantado antes de lo normal, me he ido andando tranquilamente por el paseo hasta la estación. El aire fresco y el olor a mar me han sabido a gloria y me han despejado completamente.

Mientras andaba he ido recordando lo sucedido ayer, y lo he fijado en mi mente. Ya no hay dudas. Sucedió realmente.

Lo que me lleva a la conclusión -y no por primera vez- de que soy idiota. Me he ido tan tranquilo, como un día cualquiera. Debería haber hablado con algún vecino antes de venirme a trabajar. Enterarme de como había terminado todo. Preocuparme por la chica a la que supuestamente ayudé, por su novio o marido -o lo que sea- al que según creo no dejé en muy buenas condiciones. Y sobretodo, saber si tendría problemas con la ley por lo que hice.

He decidido que iré a casa al mediodía y averiguaré lo que pueda. Comeré allí y volveré a la oficina por la tarde. Por un día que me chupe cuatro viajes no me voy a morir. O eso creo. Además, así igual me termino de leer Apocalipsis.

20 de marzo de 2007

Hoy me ha pasado algo muy bestia

No sé qué me pasa.

Ésta mañana me he levantado con una migraña infernal. Una de esas que te provocan arcadas si intentas moverte demasiado, así que he decidido quedarme en casa y pasar de ir a currar. Tampoco es que hoy tuviera mucha faena, así que nadie lo notará, ni siquiera mi bolsillo a final de mes. Ventajas o desventajas de ser autónomo.

Me he tomado un espidifén y me he vuelto a la cama. No sabeis lo que jode cuando te ataca una migraña asesina tener una peluquería canina en el piso de abajo.
Finalmente he conseguido dormirme cubriéndome la cabeza con la almohada. Parece mentira, pero sentir una ligera presión sobre las sienes alivia algo el dolor.

Por cierto, no me he presentado: me llamo Daniel García. Tengo 32 años y las migrañas me acosan desde que tengo memoria, así que ya las considero como un mal menor. A pesar de lo terribles que son uno se termina acostumbrando. De hecho, si hay gente que se acostumbra a pasar hambre o a ser maltratada a diario, como no me voy a acostumbrar yo a una ridícula migraña.

Desgraciadamente la cosa hoy no se ha quedado ahí. Ojalá solo hubiera sido una migraña.

Cuando me he despertado, el reloj-despertador de la mesita marcaba las 13:30h. Me he levantado con hambre y medio mareado y me he metido en la cocina. He husmeado en la nevera y en el armario y al final me he decidido por algo fácil: macarrones con salsa de tomate.

Mientras el agua se calentaba me he tumbado en el sofá y he encendido la tele. Nada interesante, para variar. Entonces ha sido cuando he visto la sangre. Primero en el sofá, luego en mis pantalones y en el suelo. Gotas de sangre que marcaban mi recorrido por el piso. Pero algo escandaloso. El sofá y los pantalones los he puesto perdidos. He ido corriendo al cuarto de baño y me he mirado en el espejo. La sangre salía de la nariz. De las dos fosas nasales a la vez y de una forma contínua. Me he asustado un poco pero no soy un tío al que la visión de la sangre le afecte, por lo que rápidamente me he limpiado con agua bien fría y cogiendo un buen puñado de papel higiénico he tirado la cabeza hacia atrás y he cubierto con él la nariz. Así, andando como un mayordomo enquilosado, me he vuelto al sofá.

Entonces ha sido cuando han empezado los vecinos del piso de enfrente. Discuten día sí, día también. Supongo que también se han acostumbrado, al igual que yo a las migrañas. Pero hoy ha sido diferente. Han empezado como de costumbre: gritando, insultándose, mandándose a la mierda mutuamente... A mi migraña le ha venido de cojones el jaleo, vamos. He intentado centrarme en lo que decían en la tele e ignorarles. Mis ojos repasaban el techo mientras una de esas paparazzi insultaba a un famosete por haberle roto el micro o no sé qué, cuando la voz del vecino ha alcanzado un nivel de decibelios considerable. Mi ojo derecho parecía que se me fuera a salir de la órbita a causa del dolor, cada vez más agudo. El vecino ha dicho a grito pelado: "¡Te voy a partir los morros, so cerda!" La frasecita debe haberse oído a través del patio de luces por todo el edificio y casi seguro que habrá llegado a la calle.

Éstas situaciones me hacen estar incómodo e impotente a la vez. Piensas en lo que debe estar pasando allí al lado, a tan solo unos metros de ti. Te imaginas cosas malas, pero siempre piensas que seguro que son las bravuconadas del machito de turno. Que no le va a hacer daño. Luego un buen polvo y la reconciliación perfecta.

Hasta que oyes el golpe y el grito de ella, y un segundo golpe cuando su cuerpo se da contra el suelo o algún mueble. A lo que siguen más gritos y golpes.

No sé qué me ha pasado, pero algo ha hecho clik dentro de mi cabeza. La migraña ha desaparecido, dejando paso a una fúria que jamás había sentido. Me he levantado y corriendo he cruzado mi apartamento hasta la puerta, que he abierto a toda prisa sin pensar en lo que iba a hacer. Los gritos y los golpes seguían a tan solo unos metros de mi. Y sabía que nadie haría nada. La gente está acostumbrada a no decir o hacer nada si lo malo no les sucede a ellos mismos.
He gritado, plantado frente a la puerta de los vecinos. He gritado que se detuviera, que iba a avisar a la policía. El maníaco que estaba vapuleando a su amada al otro lado me ha contestado a voces que si no me largaba yo sería el siguiente. Y eso ha sido lo último coherente que recuerdo. A partir de ese momento solo hay imágenes.

Una puerta volando por los aires. Sangre en el suelo. Sangre en la cara de la mujer y resbalando por su cuello. Su camisón manchado y roto, del que sobresale uno de sus pechos perfectos. Un puño estrellándose contra mi cara. La cara del maltratador, atónito. Luego aterrado. Finalmente su cara ya no es su cara. Es un amasijo de carne y sangre. La mujer llora en el suelo, junto a tres latas de "San Miguel" vacías y aplastadas. Vecinos en la puerta. Alguien ayudándome a entrar en mi piso. Oscuridad.

He despertado a media tarde, sin migraña pero con el cuerpo -y sobretodo la cara- dolorido. Alguien me ha limpiado las heridas y me ha puesto vendajes y tiritas. Alguno de los vecinos, he supuesto, al fin alguien hace algo.

Cuando me he despejado del todo me ha sorprendido no estar en comisaría. Según creo estoy implicado en uno o varios delitos. Me extraña la tranquilidad que ahora se respira en todo el edificio. Es como si no hubiera pasado nada. Aunque claro, mis heridas indican todo lo contrario.

¿Me estaré volviendo loco?

Mañana preguntaré a los vecinos, ahora me vuelvo a la cama. Me encuentro fatal...