11 de enero de 2008

Domingo 3 de junio de 2007, 18:10h

Ésta ha sido una noche realmente jodida. Casi acaban conmigo. Y para colmo tengo a Sara cabreada. Dice que no la tengo en cuenta para nada, que paso de ella. Creía que entendía lo que estoy haciendo, que comprendía el porqué y que me apoyaba, pero parece que estaba equivocado. No me ha dado un ultimátum, pero se le parecía mucho. En pocas palabras, o estoy más por ella y al cien por cien o encuentro la manera de poderlo hacer. Es una putada, pero me temo que lo de la conciliación laboral no es aplicable a mi caso.
He hablado con Carmen del tema durante la ronda de ésta noche, pero no he sacado nada en claro. Me dijo que no se ha encontrado con éste problema, por lo que no podía hacerme de consejera. Al parecer no ha tenido ninguna relación seria desde que tiene sus poderes.
-¿Y cuanto hace de eso? –le pregunté, pensando que nunca había estado con nadie, olvidando que hablábamos mentalmente.
-No hace tanto –dijo, y noté como sonreía al hacerlo. Y me sentí como un idiota. A modo de disculpa dije:
-Creía que habías nacido con tus poderes. Lo siento.
-Tranquilo, no podías saberlo –respondió, quitándole hierro al asunto. No sé como lo hace, pero sus palabras siempre transmiten esa sensación de paz, de optimismo, que hace que te sientas mejor contigo mismo y con el mundo, por difícil que sea la situación. Tal vez sea un efecto secundario de sus poderes -. De todas formas, estar postrada en una cama de hospital no ayuda demasiado en las relaciones sociales, así que llevo un tiempo sin salir con chicos –ni un deje de amargura asomó a sus pensamientos al hablar del tema que yo no me atrevía ni a tocar.

Y ahí dejamos el tema, pues Carmen vió algo y me avisó. A cuatro calles de donde estábamos, en pleno barrio de El Raval, en un pequeño solar donde hacía poco habían derribado un edificio, iba a tener lugar un ajuste de cuentas entre miembros de dos bandas latinas rivales. No es que me importe demasiado si se machacan entre ellos, pero éstas cosas acaban descontrolándose y siempre acaba herido algún inocente. Llegué justo a tiempo. Eran seis o siete en cada bando, y ya habían sacado las armas con las que se iban a enfrentar unos a otros: navajas, bates, tubos de metal, cadenas, un casco de moto... El lugar estaba bastante oscuro, y las vallas que daban a la calle y los palets apilados junto a éstas impedían que algún transeúnte curioso se asomara.
-Ve con cuidado, Daniel –me susurró la voz de Carmen.
Se estaban gritando unos a otros, mentando a sus madres, a sus hermanos y a sus muertos, mientras se medían las fuerzas. Yo aproveché para acercarme sin hacer ruido. Me puse el pasamontañas y los guantes y me situé bajo la luz de una farola cercana que daba a la calle, imaginándome mi propia silueta negra contra la luz. Sin la capa y las orejas no sabía si les infundiría el mismo miedo que Batman, pero tenía que intentarlo. El resultado no pudo ser más desatroso.
-Será mejor que dejeis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás –dije. Y ellos siguieron a lo suyo. Con aquellos gritos era imposible que me oyeran a menos que pegara un berrido. Así que berreé. No quedó muy elegante, pero fué efectivo. Todos giraron sus cabezas hacia mí, y dije por segunda vez, después de aclararme la garganta:
-Será mejor que dejeis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás.
Me miraron con incredulidad, incluso parecía que con cierta curiosidad. Pero no con miedo.
-¿Qué coño te pasa, gilipollas? –gritó uno de ellos, adelantándose. Bajo la leve luz pude ver los tatuajes que rodeaban sus musculosos brazos.
-Éste quiere que le chinguen bien –dijo otro, del otro bando.
-Esperad un momento –añadió un tercero, avanzando también hasta situarse a un par de metros de mí -. ¿Éste no será el cabrón que ha hecho que enjaulen a varios de nuestros brothers las pasadas semanas? ¿Ése tipo que sale en los noticieros? ¿El héroe?
Mierda, pensé. Por sus miradas supe que se me iban a lanzar todos encima. Había logrado que firmaran una tregua y que no se mataran entre ellos, al menos por aquella noche, pero ahora estaba por ver como iba a salir yo de allí. Eran trece o catorce, fuertes, todos armados y acostumbrados a hacer daño. Nunca me había enfrentado a tantos. Poco a poco se fueron desplegando a mi alrededor, blandiendo las armas, pasándoselas de una mano a otra. Sus sonrisas me taladraban más profundamente que sus miradas cargadas de promesas de dolor.
Y entonces me moví, antes de que me entrara el miedo. De un puñetazo le borré la sonrisa al más cercano, que cayó al suelo inconsciente, como tocado por un rayo. Los cuatro que más cerca estaban gritaron y se lanzaron sobre mí a la vez, y noté el mordisco del acero en la pantorrilla al tiempo que de una patada en los huevos tumbaba a otro de ellos. Recuerdo que en ése momento pensé que quizás le había dejado impotente de por vida. Y después pensé: “Sin remordimientos, concéntrate en salir entero de aquí”.
Un bate, o un palo, me dió en la cara, haciéndome retroceder del impacto. Sentí como la sangre me empezaba a manar de la nariz y de una ceja. Por unos instantes me sentí mareado, pero entonces noté como intentaban cogerme por detrás. Eran muchos y estaban por todas partes. Reaccioné a tiempo y de un codazo hice retroceder a uno de los que estaban a mi espalda. Me volví pegando puñetazos a mi alrededor a gran velocidad, intentando alejarlos de mí. Casi todos dieron en el aire. Un golpe tremendo en la rodilla hizo que cayera al suelo. Nunca había sentido tanto dolor. Por unos segundos, o quizás unas milésimas de segundo, cerré los ojos, intentando alejarme del dolor.
-Aguanta Daniel, pronto llegará la ayuda –sentí la voz de Carmen en mi cerebro mientras sobre mi cuerpo llovían los golpes. En aquel momento era incapaz de responderle nada coherente, así que hice lo único que podía hacer. Moviéndome entre la marea de brazos y piernas, agarré a dos de los pandilleros por los cojones, a uno con cada mano, y estrujé con fuerza. Sus gritos de dolor sorprendieron momentáneamente a sus compañeros, que retrocedieron un par de pasos mirándolos, momento que aproveché para levantarme y lanzarme con fúria contra el que tenía enfrente mientras los otros dos caían retorciéndose al suelo.
-Deberíais haberme hecho caso –dije mientras lo dejaba incapacitado de un golpe en la garganta. Salté para alejarme y me volví hacia los pandilleros. Me miraban indecisos, y también se miraban entre ellos. Puede que nunca antes alguien se les hubiera resistido tanto. Seis de ellos estaban en el suelo, entre los cascotes. Dos inconscientes y cuatro retorciéndose de dolor. A mi me costaba respirar.
Y entonces, el que parecía el líder de uno de los grupos, sacó una pistola. Una enorme. No me lo esperaba, por eso me quedé ahí quieto, mirándolo con incredulidad. Me encañonó y dijo, cabreado:
-Dejémonos de joder.
Ví determinación en su mirada. No era la primera vez que mataba a alguien. Pensé que me regeneraría luego, como la vez anterior. Pero, ¿como podía estar seguro? ¿Y si me daba en la cabeza? ¿Y si luego me incineraban, también me regeneraría?
Pero antes de que consiguiera apretar el gatillo una sombra cayó sobre él y sobre los que quedaban en pie. Casi no la ví moverse entre ellos, pero en cuestión de uno o dos segundos todos empezaron a desmoronarse, inconscientes, como muñecos desarticulados.

Antes de que pudiera preguntarme quién podía ser mi salvador, Perro Negro ya se encontraba a mi lado, contemplando el campo de batalla con su sonrisa llena de dientes.
-En menuda te has metido, ¿eh?
Me volví hacia él, disimulando mi sorpresa, y sonriendo bajo el pasamontañas, a pesar del dolor que recorría mi maltrecho cuerpo, acerté a decir:
-Un día de éstos tienes que enseñarme a hacer eso.
Perro Negro se rió con ganas y respondió:
-Ya tienes un maestro. Aunque por lo que veo, aún te queda mucho por aprender. Tienes suerte de que andara por aquí cerca y de que Carmen me avisara.
-¿Carmen? –murmuré.
Sin perder la sonrisa, Perro Negro empezó a alejarse hacia la calle.
-No creerás que Carmen solo está en contacto contigo o con tu maestro, ¿verdad? Serías muy ingenuo de creérte eso.
Me quedé helado, y sin saber qué decir. Perro Negro se agachó para salir a la calle por un agujero que había en una de las vallas, y sin volverse añadió:
-No te quedes ahí. Pégales tus post-it y lárgate. La policía está al llegar.
Cuando salí a la calle, como era de esperar, él ya no estaba, y las sirenas de los coches-patrulla se escuchaban cada vez más cerca. Tenía que alejarme de allí, pero ¿adonde podía ir con mi aspecto? Llevaba la ropa hecha trizas y ensangrentada. No podría andar más de cuatro calles sin que me detuvieran.
Maldije a Juan Blanco por no haberme explicado tantas cosas. Él y sus técnicas de aprendizaje... Me alejé calle arriba, dejando a mi espalda las sirenas que se aproximaban, y tiré el pasamontañas, los guantes y la parka al primer contenedor que encontré. La herida de la pierna no había sido muy profunda y había dejado de sangrar, aunque me había dejado los pantalones hechos un asco.
-Carmen –dije mentalmente -¿Alguna idea?
-Ve a casa de Sara –respondió -. Yo te guiaré y evitaré que te cruces con la policía o con más problemas. Ya has hecho bastante por hoy. Tienes que descansar y recuperarte.
-Okey.
Ya hablaríamos de su relación con Perro Negro en otro momento, entonces no me sentía con fuerzas. Solo pensaba en darme una ducha y dormir 72 horas seguidas.
Andube hasta el piso de Sara como un zombi, siguiendo las instrucciones que Carmen me iba transmitiendo. Cuando llegué llamé al timbre y nadie me respondió. Supuse que habría salido de fiesta con sus amigas. Saqué mi copia de las llaves y subí. No había nadie, en efecto. Me dejé caer en el sofá, a oscuras. “Un par de minutos y me voy a la ducha” recuerdo que pensé.

Los gritos de las amigas de Sara me han despertado unas horas –que a mi me han parecido segundos- más tarde. La bronca que me ha hechado luego Sara, una vez ha tranquilizado a sus compañeras de piso, ha sido monumental. No estaba para aguantar más gritos, así que me he dado una ducha rápida, me he vestido con ropa limpia que había dejado allí unos días antes, y me he largado diciéndole que ya la llamaría ahora.
Pero no me apetece. Así que ya la llamaré mañana. Necesito dormir más.

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