19 de enero de 2008

Viernes 8 de junio de 2007, 17:38h

Como vestir durante las rondas para no tener que renovar el vestuario cada semana. Como compaginar el trabajo con mi nueva “afición” y no morir ni arruinarme en el intento. Qué sucedió hace un tiempo, cuando Perro Negro se unió a ellos y le salvó la vida a Carmen. Dónde están los “otros”. Qué hacen con sus poderes.
Con todo eso en mente fuí ayer noche hasta dónde Juan Blanco me esperaba. De camino, bajando por Las Ramblas, Carmen me aconsejó que hiciera preguntas concretas y sin dar rodeos, pero que si no obtenía respuesta a alguna de ellas no insistiera. No me había dicho nada que no supiera, pero le agradecí que me lo recordara. Juan Blanco era un hueso duro de roer, y nunca le sacabas más de lo que él estaba dispuesto a dar.

Un par de horas después restablecía el contacto con Carmen y empezábamos la ronda de aquella noche.
-¿Como ha ido? –preguntó. Supongo que mis pensamientos delataban mi descontento.
-Bueno, podría haber ido peor... –contesté mentalmente.
Carmen guardó silencio. Supongo que para alguien como Carmen tener paciencia es algo tan natural como el respirar, y eso es algo que se agradece, especialmente cuando uno está cabreado y además no tiene claro si lo está consigo mismo o con el mundo entero.
-¿Cuánto hace que conoces a ese viejo bastardo? –pregunté unos minutos después.
-Debe hacer unos cuatro años.
-¿También te entrenó?
-Oh, no –respondió Carmen, y sentí como sonreía -. No tuve esa suerte.
-Quizás tuviste más suerte que yo –se me escapó. Si ya suelo ser un bocazas que no puede retener muchas veces lo que le pasa por la cabeza, imaginaos cuando tengo que mantener una conversación telepática.
Me disculpé y volví a sumergirme en el silencio de una noche especialmente tranquila. Más tarde, cuando los universitarios empezaran a salir de los bares para ir a bailar, las calles se animarían y la tranquilidad se esfumaría tras las puertas cerradas.

Un rato después, Carmen volvió a tocar mi mente:
-¿Me vas a decir qué te ha dicho? ¿O voy a tener que suplicarte toda la noche? Empiezas a parecerte a tu maestro, Daniel. ¡Te ha enseñado bien, eh!
Por mucho que lo intenté no pude evitar que una sonrisa cruzara mi rostro. Una sonrisa que ella sintió. “Es como si unos nubarrones desaparecieran para dejarle el cielo al Sol” me había descrito una vez la sensación que la embargaba cuando a alguien se le pasaba un enfado.
Entonces le conté todo lo que le había sacado a mi maestro, que no era mucho.

Para empezar, en lo de la ropa me dijo que no me podía ayudar. Que debía averiguar por mí mismo como resolverlo. Dijo que me lo tomara como una extensión de mi entrenamiento. Me sentí en ese momento como un becario en prácticas. Y sin cobrar un duro, por supuesto.
En cuanto al tema del trabajo, era algo más complicado. No me dijo qué debía hacer, pero me dejó claro que lo más probable era que tuviera que elegir tarde o temprano entre mi trabajo y mis poderes, o terminaría por fracasar en ambos campos. Cojonudo. Muy alentador. Estube tentado de preguntarle en ese momento sobre como lo hacían él u otros que conociera, pero pude contenerme. Quería llegar al tema, pero debía seguir un órden o lo estropearía.
Entonces le hablé de mi último encuentro con Perro Negro y de lo que me explicó Carmen. Detuvo sus pasos bajo una farola y noté como se tensaba bajo las ropas de aspecto victoriano que vestía esa noche. Sus ojos azul hielo me miraron fijamente durante unos segundos que se me hicieron eternos.
-Sí, Perro Negro nos ayudó –dijo al fin, rompiendo aquel incómodo silencio -. Y también es cierto que salvó la vida de Carmen, aunque no del modo que tú crees. Por eso hemos permitido que siga en la ciudad –hizo una pausa y volvió a mirarme, con una sonrisa de labios arrugados dibujada en su rostro. Al mismo tiempo hacía girar su bastón con la mano izquierda, muy lentamente. “¿Hemos?”, pensé. Más preguntas sin respuesta...
-También es cierto que hubo otros a nuestro lado aquellos días –continuó segundos después, cuando ya me tenía al borde de la histeria -, pero aparte de Carmen y nuestro común amigo, nada sé del resto desde hace mucho –“¡Ja! Eso sí que no cuela”, recuerdo que pensé. Pero decidí seguir el consejo de mi amiga telépata y no presionar al viejo. Segundos después continuó hablando, aunque para entonces su sonrisa ya había desaparecido:
-Tras el incidente cada uno volvió a sus quehaceres. A la mayoría ni siquiera los conocía de antes... Y desgraciadamente también perdimos a algunos durante aquellos aciagos días –sus ojos miraron a través de la luz de las farolas, hacia el cielo. Parecía como si esperara ver algo que ya no estaba allí -. Fueron tiempos duros, Daniel. Espero que nunca tengas que pasar por algo como aquello.
Después de aquello no quiso seguir hablando del tema. Hablamos durante un rato sobre como me iban las cosas y me dió algunos consejos menores. Nada importante.
-El resto, Daniel –dijo cuando nos despedíamos, posando sus arrugadas manos sobre mis hombros suavemente, de forma paternal -, lo irás aprendiendo sobre la marcha. Eres un chico inteligente, aunque demasiado impulsivo. Pero a eso último el tiempo le pone remedio. Además, mientras tengas a Carmen a tu lado todo saldrá bien, estoy convencido –respiró profundamente unos instantes, mirándome fijamente, y poco a poco se fué desvaneciendo frente a mí hasta desaparecer. Segundos después, un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando llegaron hasta mí sus últimas palabras: “Piensa en ella como en tu Ángel de la Guarda”.

No hay comentarios: