16 de abril de 2007

La prueba

Menuda semanita me espera.

Ahora mismo estoy terminando con el papeleo del primer trimestre, que tengo que entregar al gestor mañana mismo, mientras varios programas minimizados esperan a que me ponga con la imagen corporativa de un nuevo cliente y con la maquetación de una revista. Y éso sin contar que el lunes que viene es Sant Jordi, el día del libro y de los enamorados aquí en Catalunya, y que uno de mis mayores clientes es una sociedad cooperativa libretera con varias sucursales que querrá que les diseñe carteles, folletos y algunas cosas más, y que aún no se han puesto en contacto conmigo para hablar sobre ello. Cómo cada año, habrá que hacerlo todo en los últimos dos días...

Pero me da igual.
Hoy estoy contento, feliz. Primero por mi triunfal bautizo cómo defensor de la justícia, y en segundo lugar por cómo se tomó Sara todo lo que hablamos ayer. Me confesó que la primera vez que le hablé del asunto no me creyó y se lo tomó cómo una broma o un juego, pero ayer le demostré que todo era real. Después de la demostración creo que no volverá a dudar más de mi palabra.

La noche del sábado, después de dejar a "Rostro borroso" bajo el eucaliptus y llamar a la policía, me acordé de la herida que me había hecho con la navaja durante nuestra pelea. Me detuve bajo una farola y después de asegurarme de que nadie me veía me desabroché la parca y aparté la ropa para poder ver el corte. No me dolía en absoluto y parecía que había dejado de sangrar. No parecía muy profundo así que retomé el camino hasta casa y una vez allí me desnudé y limpié la herida con agua oxigenada. Entonces me dí cuenta de que había desaparecido. No quedaba ningún rastro del corte. Realmente me había regenerado, y extraordinariamente rápido.

Sara se asustó cuando me vió llegar junto a la cama con un cuchillo. A punto estubo de gritar, pero mi mirada serena la tranquilizó un poco. Cuando acerqué la hoja a mi brazo su expresión pasó del miedo a una mezcla de confusión y repugnancia, y al cortarme por debajo del codo y ver el primer hilillo de sangre no pudo evitar levantarse de un salto y soltar un gritito de incredulidad. Segundos después empezó a insultarme y a recoger su ropa. Antes de que hubiera terminado de vestirse me pasé la mano por la herida, apartando la sangre, y le mostré mi brazo intacto. Se quedó mirándome sin saber qué decir, con la camiseta a medio poner. Estaba muy sexy.
A partir de ahí explicarle todo lo demás fué mucho más fácil.

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