19 de abril de 2007

Resistente a las balas

La cagué. Lo último que recuerdo antes de despertar es el estallido de los disparos, los dos fogonazos cegándome al intentar apartarme y el olor a quemado. El muy hijo de puta me disparó a bocajarro en las tripas. Luego el mundo se vino abajo y las sombras me tragaron.

Llegué al 666 Deluxe con tiempo de sobra. Aún faltaban unos diez minutos pero al observar el local desde fuera me di cuenta de que algo no andaba bien, aunque no sabía el qué. Entré con calma, intentando serenarme a pesar de sentir cómo el corazón me latía con fuerza. El interior estaba bastante oscuro, aún no estaban encendidas las bombillas rojas que le daban aquel ambiente tétrico tan adecuado. El 666 Deluxe es un garito heavy bastante conocido que yo había frecuentado unos años atrás, durante mi época de estudiante.
Cuando mis ojos se acostumbraron a las sombras vi al tipo de la gabardina y el pelo blanco al que había venido a buscar sentado en un rincón, y entendí qué era lo que marchaba mal. En mi visión la puerta estaba cerrada, y ahora me la había encontrado entreabierta. Pasé la vista por el local, quieto frente a la entrada. Sólo estábamos el presunto asesino y yo, aunque salía ruido de la puerta de detrás de la barra. Desde donde yo estaba podía verle a través de un espejo, pero él no podía verme a mí así que decidí quedarme a la espera y ver qué sucedía. No podía abalanzarme sobre alguien sólo porque una voz desconocida me lo hubiera ordenado.
Un par de eternos minutos después, el propietario del bar asomó detrás de la barra. Seguía siendo el mismo después de tantos años.
Y entonces vi cómo el otro se levantaba y avanzaba hacia él llevándose una mano bajo la gabardina. Era el momento de actuar.
Al moverme, el barman reparó en mi presencia y el presunto asesino le siguió la mirada. Estaba a unos cuatro metros de ellos cuando sacó el revólver y me miró a los ojos con frialdad. Salté sobre una mesa cercana y desde allí me lancé sobre el tipo al mismo tiempo que él levantaba el arma. Lo tenía a escasos centímetros cuando abrió fuego sobre mí.

Lo siguiente fue despertarme en el Hospital de la Vall d’Hebrón. Mi padre dormía en una silla junto a mí y mi madre en una especie de sofá junto a la ventana. Fuera estaba oscuro.
“¡Mierda, estoy en un puto hospital! ¿Y ahora qué?” fue lo primero que pensé. “¡Me descubrirán!”
Luego recordé mis últimos segundos antes de perder la consciencia y me incorporé lentamente, con miedo, e intentando no hacer ningún ruido. No sentía ningún dolor, sólo la molesta vía que me habían enchufado en la muñeca para suministrarme el suero. Aparté la sábana y vi los vendajes que me cubrían el estómago, allí donde había recibido los disparos. Toqué un poco por encima y al comprobar que seguía sin dolerme me arriesgué a arrancarme las vendas y los apósitos.
- ¿Qué coño...? –preguntó mi padre de repente, a mi lado. Me volví hacia él y le hice una señal para que no gritara. Él se levantó y se acercó a mí. Parecía que aún no había salido del todo del sueño.
- ¿Qué haces? ¿Cómo...? –empezó bajando el tono de voz sin dejar de mirar el montón de vendas que había ido apilando al lado de la cama. Entonces le señalé el lugar dónde me habían herido.
- Hay algo que tengo que contaros, a mamá y a ti –dije mientras él se inclinaba sobre mi estómago. Luego me miró a los ojos sin saber qué decir -, pero no aquí. Tenéis que sacarme de este hospital.
- El médico ha dicho que tienes que estar...
- Ya estoy curado -le interrumpí, y me bajé de la cama de un salto. Me observó incrédulo mientras me quitaba la VIA -. ¡Papá, despierta! –susurré intentando hacerle reaccionar - ¿Dónde están mis cosas?
- ¿Qué pasa aquí? –dijo mi madre, acercándose a nosotros.
- Está curado, cariño. No me preguntes cómo, pero...
- Tenemos que irnos si no queréis que a vuestro hijo lo conviertan en un conejillo de indias –les interrumpí. Me estaba empezando a poner nervioso -. Joder, ya hablaremos en casa. ¿Dónde coño están mis cosas?
- ¡Daniel, habla bien! –me regañó mi madre, y para mi sorpresa corrió hacia un armario y sacó algo de ropa para mí. Luego miró el reloj y dijo:
–Si tenemos que irnos, será mejor que espabilemos. ¡En menos de media hora vienen a hacerte otra revisión!

Nuestra salida del hospital fue quizás demasiado fácil, aunque a esas horas de la madrugada lo raro sería que alguien hubiera reparado en nosotros.
De camino a casa de mis padres –viven en el mismo pueblo que yo, aunque en la otra punta-, les conté por encima todo lo que me había pasado durante el último mes, y a pesar de que se mostraron reticentes al principio acabaron creyéndome. Nunca he sido una persona de inventarse cosas.
Luego me contaron que el propietario del bar había sido el que había llamado a la ambulancia y a la policía, y que incluso había estado junto a mí en el hospital durante toda la tarde.
El criminal había escapado, pero al menos había salvado una vida.

Escribo esto desde el ordenador de mi madre, pues a pesar de encontrarme bien mi madre ha insistido en que estarían más tranquilos si me quedaba con ellos como mínimo hasta mañana. Tampoco me cuesta nada ceder por una vez.
No sé cómo han quedado las cosas en el hospital. Sólo sé que mi padre ha hablado con ellos varias veces, y que ésta noche vendrá el médico de la familia a verme. No tengo ni idea de cómo se desarrollarán las cosas a partir de ahora.
¡Lo que sí sé es que tengo un hambre atroz!
¡Y que soy resistente a las balas!

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