23 de abril de 2007

Cuestión de confianza

Después de un duro día de trabajo, justo al salir del edificio dónde tengo la oficina, el conocido zumbido ha vuelto a mí, aunque ésta vez más suave, cómo me había asegurado "La voz" la última vez que hablamos. "Ya lo echaba de menos", he pensado irónicamente.
Me he despedido de la portera, que entraba en ése momento, y he salido a la calle. Qué calor, joder. Cuando me disponía a quitarme la americana, "La voz" ha penetrado en mi cerebro con una advertencia:
- Siento una presencia anómala cerca. Viene hacia tí. Deberías...
La conexión se ha cortado de repente, dejando tras de sí el eco agónico de "La voz" y un dolor de cabeza tan intenso que casi me tumba en el suelo. Cuando el mal ha remitido he abierto los ojos lentamente, y no he necesitado más de dos segundos para saber quién era la "presencia anómala".

Todo a mi alrededor estaba en blanco y negro, la gente de la calle se habían convertido en maniquíes o estátuas, y el Sol había perdido su fuerza. Ya no necesitaba quitarme la americana.
-Ya puedes salir, Perro Negro -he dicho, buscándole con la vista entre la gente inmóvil. El sonido de una puerta de coche abriéndose ha precedido a su aparición. Ha descendido del taxi con la parsimonia que le caracteriza, y con su sonrisa profident. Ésta vez Perro Negro vestía como un alto ejecutivo, con maletín incluido.
-¿Ya nos conocemos, eh? -ha bromeado subiéndose a la acera sin mover ni un músculo de la boca, manteniendo su eterna sonrisa de joker negro. En ése instante me he dado cuenta de que empezaba a perderle el miedo. No he contestado y he esperado a que se situara frente a mí. Ésta vez le he mirado fijamente a los ojos levantando la cabeza, desafiante.
-Te propongo un trato -ha dicho de repente, desviando la mirada hacia el maletín. Cuando he bajado la mía lo ha levantado un poco, mostrándomelo y acariciándolo con la mano libre cómo quién muestra un valioso tesoro -. Si me prestas a tu novia durante tres días te daré el contenido de éste maletín.
Nuestros ojos se han vuelto a cruzar y recuerdo haber pensado en ése momento que algún día le destrozaría ésa sonrisa suya tan odiosa. Algún día no muy lejano, espero.
-Es broma, amigo Daniel -ha susurrado acercándose a mi cara. No me ha gustado nada ése "amigo" salido de su sonrisa de sal -intentaba suavizar un poco las cosas entre nosotros. Jamás compraría el amor de una mujer.
-¿Qué coño quieres? -he preguntado, hasta los cojones de aguantar sus juegos.
-Venga, venga... Tranquilízate. Las cosas no son cómo crees. No soy tu enemigo. Ni yo ni ninguno de mis hermanos. A pesar de que te metiste dónde no debías, al final recapacitamos y decidimos olvidar el agravio. No tuviste la culpa y lo sabemos. Sólo actuaste cómo consideraste correcto en ése momento. Cualquiera puede equivocarse... ¿somos humanos, no, Daniel? -aquella pregunta olía a juego sucio, a las trampas de un fullero, a secretos sin pronunciar. Y a la vez olía a esperanza, a un nuevo día, a una vida mejor.
-Qué es lo que quieres de mí? -he insistido. La presencia de Perro Negro, sumada al intenso frío que azotaba todo a su alrededor, me hacía perder la paciencia a la vez que me destrozaba los nervios. No es nada agradable hablar de gilipolleces a varios grados bajo cero con un negro de más de dos metros que además no mueve los labios al hablar. No es una experiencia que le desee a nadie.
-Bien, vayamos al grano pues, si es lo que quieres -diciendo ésto se ha agachado de nuevo hacia mí y ha empezado a hablar en susurros junto a mi cara -. Sé que has estado con el viejo. Seguramente te habrá hablado de Jesucristo, de Pedro, y de sandeces sobre los desheredados de la Tierra. Me apuesto lo que hay en el maletín a que ya te ha mostrado su biblioteca, ¿me equivoco?
Nuestras miradas se han cruzado en silencio, y luego ha continuado, bajando aún más el tono de voz:
-He venido a darte un consejo, Daniel, y espero que luego no me vengas llorando, pidiéndome ayuda o perdón por no haberme creído.
"Ése viejo te instruirá y te ayudará a comprender aquello en que te estás convirtiendo, te mostrará maravillas que nunca has creído posibles. Te aconsejará en los momentos malos y te prestará su fuerza cuando desfallezcas. Con el tiempo se convertirá en un segundo padre para tí. Y cuando no exista ni una grieta, ni una sombra que amenace tu confianza en él, te clavará una daga oscura y ponzoñosa en el corazón y te abandonará en el rincón más sucio de la ciudad."

Me he quedado ahí quieto, soltando volutas blancas de aire condensado cada vez que espiraba. Escasos centímetros separaban nuestros rostros. Sus ojos, de un tono verde amarillento muy claro me observaban con curiosidad, cómo si se preguntaran qué haría yo a continuación.
Y de repente ha desaparecido.

Dos minutos más tarde, en los que no me he movido del lugar tratando de analizar aquél encuentro, me he quitado la americana y me he dirigido a la estación. Volvía a hacer calor.

1 comentario:

QuiveringStar dijo...

Bien el encuentro. Solo un pequeño fallo lo de "sonrisa profident"... ya sé que es muy típico en lenguaje callejero pero seguro que puedes encontrar una comparación más acertada y que pueda llegar a los latinos que te estén leyendo ;)